Primeros días en Somoto
Freddy ya había pasado la semana pasada en Somoto. Su trabajo consistía en pasar de lunes a jueves aquí e irse los fines de semana a Managua, porque allí tiene su familia. Por lo tanto, ya sabía donde podíamos dormir. Una opción era el Hotel Panamericano, donde podríamos tener una buena cama y televisión por cable por 80 córdobas a día. No es que sea un mal precio (4€), pero para vivir resulta caro. La segunda opción era una especie de escuela. Esa escuela cuenta con cuartos donde alojan a gente de aldeas durante unos días para darles capacitaciones sobre diferentes materias. Fuimos allí a solicitar acogida. La gerente se hizo la generosa, y del precio inicial de 60 córdobas, nos lo dejó en 40. El cuarto no estaba mal. Era una habitación llena de literas y un baño. En el baño, como pasa en todos los sitios que yo he visto, no hay agua caliente. No es que naturalmente esté muy fría, pero ducharse a las 5 de la mañana da un poco de reparo. La verdad es que no hay un mejor sistema para ahorrar gas y agua. Gas, porque ya no lo usas, y agua, porque sales pitando de la ducha. A veces disponen de un sistema simple que consiste es una resistencia eléctrica en la alcachofa que calienta un poquito el agua. Pero yo paso de usarla. Prefiero ducharme frío que frito.
Un par de días después, Fofo (Luis Alfonso), el director del CIDeS, nos dijo que había una habitación llena de trastos en el edificio de las oficinas, y si conseguíamos un par de colchones, podríamos instalarnos allí gratuitamente. También existía un baño (aunque medio destartalado). Tras dos días de trabajo conseguimos adecentar un poco el lugar y nos cambiamos de residencia. Freddy me preguntó; “¿qué te parece?”, y yo le respondí: “barato”. Cuando tuvimos todo adecentado, tras haber limpiado, comprado unas sábanas y matado media docena de cucarachas, Freddy me dijo algo que no se me olvidará: “Oie maje (maje es “tío”): vos porque sos del primer mundo y no te das cuenta, pero esta habitasión está de averga (averga es “cojonuda”)”. Pues eso, teníamos una habitación de averga. Las cosas iban bien.
Los primeros días los pasamos relacionándonos con la gente del CIDeS y conociendo un poco la zona donde íbamos a trabajar.
La primera salida la hicimos a una aldea de la montaña (aquí les llaman comunidades). Tras una hora de viaje en todoterreno por caminos intransitables, llenos de piedras y al borde de barrancos, llegamos a un pueblecito llamado el Apante. No os podéis ni imaginar lo mal que están estos caminos. Por ellos ni tan siquiera se puede circular en bicicleta.
Los pueblos de la montaña son un mundo aparte de la ciudad de Somoto. Esta gente acumula un retraso de unos 60 o 70 años con el resto de la humanidad. No hay agua ni electricidad. Las casas suelen ser de de barro sujetado por unas estacas de madera. Alguna gente sabe leer y escribir, pero el nivel cultural es muy, muy bajo. Ante cualquier urgencia es imposible llegar desde aquí a algún lugar civilizado en menos de una hora, y eso, suponiendo que cuentas con un buen todoterreno. La gente se desplaza a Somoto andando o en burro, y el viaje, fácilmente, puede llevarle todo el día. Sus habitantes tienen la característica de se personas muy humildes y bastante tímidas. Se puede decir que ellos están hechos de otra pasta. Yo no aguantaría vivo aquí ni una semana.
Nosotros fuimos a la aldea para ofrecer una capacitación de manejo de café. Aquí os dejo unas fotografías en las que se ve a la gente de la montaña recibiendo clase. La próxima vez que toméis café, pensad que quizás, ha sido cultivado por estas personas. Otros días subimos a las aldeas a hacer capacitaciones sobre manejo de patatas y de frutales (cacao, cítricos, etc).
La siguiente salida propuesta fue al cañón de Somoto. Hace un par de años un equipo de geólogos checos visitó esta zona del país para realizar un estudio tectónico. Para su sorpresa, parece ser que se encontraron una formación geológica única en el mundo; un cañón formado a partir de una grieta de un terremoto y horadada por una erupción volcánica. Éste era un lugar al que los paisanos nunca le habían dado demasiada importancia, pero desde que se hizo el estudio es un lugar de visita obligada. Volvimos a coger el todoterreno para ir al lugar, ya que su situación es un bastante recóndita. Nunca pensé que un Land Rover con cinco personas dentro podría atravesar un río con piedras en el fondo que son como pelotas de fútbol. De camino hicimos una parada junto a un viñedo en el que estaba el propietario vendimiando. Charlando con él, me comentó que su viña daba tres cosechas a año, una cada cuatro meses. Además, daba unas uvas gigantescas. Aquí os dejo una foto para que las veáis sobre mi mano. Tened en cuenta que mi mano, también es grande.
Un par de kilómetros antes de llegar al cañón tuvimos un percance. Al cruzar el cauce de un río seco, el conductor llevó el todoterreno sobre una zona en la que la arena era profunda. Allí embarrancó. Era el cauce de un río que en verano se seca. No había forma humana de sacarlo. Tres niños de la zona nos miraban como, desesperados, intentábamos mover el coche. Así estuvimos unas cuatro horas. Ahora sé lo que siente Carlos Sainz en el París-Dakar. Embarrancamos a las 9. A la 1 del mediodía, tras mucho esfuerzo, lo sacamos. Yo ya estaba calculando cual era el asiento más cómodo para dormir esa noche. Al final, no teníamos ni tiempo ni ganas de ir a cañón, así que volvimos a Somoto.
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