Camino de Somoto
El lunes me dediqué a preparar mi viaje a Somoto. Se supone que el martes viajaría hacia esta ciudad para poder empezar a realizar mi proyecto, que, en principio, consistiría en estudiar y censar las obras de conservación de suelos de la subcuenca Agua Calientes.
A primera hora de la mañana llegué a la oficina de Amigos de la Tierra. Allí apareció mi nuevo compañero de viaje, Freddy.
Freddy es ecólogo, y su trabajo consistiría en viajar conmigo para que él pudiese supervisar el proyecto que se va a realizar en la zona. Yo, como parte de este proyecto, estaría a sus órdenes. Este chico me dio buenas vibraciones en cuanto lo conocí. Es un tipo campechano, de 32 años, de aspecto y acento cubano. Al poco rato de conocernos ya teníamos una conversación bien distendida.
Para el martes, día en el que viajaríamos juntos a Somoto, quedamos a las 7.00 en el mercado de mayoreo, donde está la estación de autobús más importante de Managua. Guille se ofreció a acercarme al lugar. Llegamos a las 6.40 y Freddy todavía no había llegado. Por la estación merodeaban los conductores de los autobuses anunciando a puro grito a dónde se dirigían. De uno en uno se te iban acercando para preguntarte a dónde ibas. Entre los muchos que se me acercaron uno me preguntó si yo iba a Somoto. Le dije que sí, y antes de que pudiese reaccionar, cogió mi maleta y se la llevó. Tuve que salir corriendo detrás de él para que se detuviese. Lo que quería era subírmela al techo del bus. Yo de ese sistema no me fío, así que lo convencí para que me la metiese en un minúsculo maletero que tenía en la parte baja. Después me dirigí a comprar el billete (70 pesos)
A las 7.00 el autobús salió de la dársena y se situó en medio de la estación. Al vehículo empezaron a subir personas con bolsas de frutas, frescos, tortas de maíz, etc. Todavía no he contado que en Nicaragua se vende comida en todos los sitios y a todas horas. El bus empezó a andar despacito y los vendedores, tras dejar su mercancía, iban bajando en marcha. Freddy no apareció, así que tuve que hacer el viaje solo.
El autobús era el típico autobús amarillo. Los asientos no están divididos, sino que tiene una especie de bancos para dos personas. Lo cierto es que el autobús era mejor por dentro de lo que me había imaginado. Incluso tenía un buen equipo de música. Casi todo el camino lo realizamos al son de Bob Marley.
El recorrido lo hicimos por la carretera Panamericana, que es una carretera que cruza desde Sudamérica hasta Norteamérica. Esta vía es la excepción que confirma la regla dentro de Nicaragua. Está en perfecto estado, y es realmente difícil encontrarse un bache. Me imagino que todo el dinero que hay disponible para vías de comunicación irá en gran medida a la Panamericana, pues es la verdadera vértebra de comunicación, atendiendo además al hecho de que aquí no existe ni un solo metro de vías de ferrocarril. Por ella es habitual ver pasar los trailers típicos de las películas americanas, unos monstruos de unos 25 metros con unas cabinas gigantes. También de vez en cuando pasan por ella grupos de moteros subidos en sus Harleys Davison. Suelen ser gringos que deciden coger esta carretera para vivir la aventura sudamericana.
El camino de Managua a Somoto duró tres horas y media, pero se hizo más llevadero de lo que yo pensaba. Fueron 270 km a lo largo de grandes rectas que atravesaban llanuras secas rodeadas de montañas. La parte norte de Nicaragua tiene un clima llamado tropical seco. El paisaje en esta época del año puede recordar al paisaje de Castilla en el mes de septiembre.
Los Amigos de la Tierra en Somoto trabajan conjuntamente con una agrupación perteneciente a la alcaldía llamada CIDeS (Centro de Iniciativas para el Desarrollo de Somoto). En esta agrupación está compuesta por unos chicos encargados de ejecutar los proyectos para los que consigue financiación Amigos de la Tierra. Por tanto, resumiendo un poco, podríamos decir que Amigos de la Tierra consigue la pasta, decide lo que hay que hacer, y el CIDeS ejecuta.
Cuando llegué a Somoto estaba un poco perdido. Había llegado a la estación y mi objetivo era dirigirme a la oficina del CIDeS para conocerlos, y después buscarme la vida para saber donde alojarme esa primera noche. Estaba un poco desanimado, porque mi apoyo, Freddy, me había fallado, y ahora no tenía a nadie que me orientara. Lo primero que hice fue acercarme a una especie de kiosco que había en la estación y comprar un paquete de galletas. Aprovechando la compra le pregunté a la dependienta si sabía donde estaba el CIDeS. En la guía de Nicaragua que leí antes venir a este país decía que algunos nicas tenían un pequeño problema con la lateralidad. Después de esta experiencia comprobé que era cierto, pues la chica me dijo que tenía que ir dirección sur, y a las tres cuadras debía de girar a la izquierda mientras señalaba a la derecha. (En esta ciudad las calles tampoco tienen nombre).
Tras un pequeño recorrido llegué a la cabecera de la calle principal. Allí se ve calló el alma a los pies.
Yo había leído y oído que la ciudad tenía 16.000 habitantes, pero parecía un pueblo de cuatro gatos. La imagen que se me pasó por la cabeza fue la de la película The Mexican, en la que Brad Pitt llegaba a un pueblo parecido a este. Y es que es la viva estampa de un pueblo mexicano. Calles solitarias a media mañana, empedradas algunas y de tierra otras, con una eterna nube de polvo recorriendo el ambientes y un perro famélico buscando la sombra. Me pareció tristísimo. Volví a pensar, por segunda vez; “¿Quién me mandará a mí meterme en estas historias?”
Empecé a subir la calle que llevaba al CIDeS y mi pinta de extranjero saltaba a la vista. Mis zapatillas de cordones fosforitos, el color claro de mi piel y la maleta Samsonite de ruedas que arrastraba me delataban. La gente me miraba, unos con el rabillo del ojo y otros descaradamente.
Por fin llegué al CIDeS. Fui bien recibido. Lo primero que hice fue llamar a Guille a Managua para saber qué había sido de Freddy. Sorprendido, me dijo que lo había visto llegar cuando el autobús se iba, y que él se imaginaba que había viajado conmigo. Yo le respondí que no lo había visto.
El misterio se aclaró al cabo de una hora cuando Freddy apareció por la puerta. Me contó que había tenido problemas para encontrar un taxi que lo llevara de su casa a la estación, por lo que llegó tarde. Cuando llegó a la estación, el autobús en el que yo viajaba salía, pero él, en vez de subir, se dirigió a buscarme por las dársenas, porque pensó que seguiría allí esperándolo. De esta manera, llegó a tiempo, pero no cogió el autobús. Entonces no le quedó otra opción que esperar al siguiente.
Ahora nos faltaba la segunda prueba: saber dónde pasaríamos la primera noche.
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