El foso de los cocodrilos
Por Somoto no hay gran cosa que hacer, pero a pesar de eso, los días pasan rápidamente. Lo malo, es que casi todos ellos son iguales. Para Freddy y para mí la vida transcurre entre el CIDeS y el restaurante “Antojitos Bambi”, donde solemos ir a comer cada día el mismo plato de gallopinto o de carne estofada (en el caso de la carne estofada, decir “el mismo plato” no es una recurrencia lingüística). Tras semana y media manteniendo el mismo menú, yo ya empezaba a estar un poco harto de comer siempre lo mismo, pero optaba por la resignación y el apetito para afrontar un nuevo almuerzo. Los problemas llegaron cuando, un día, empezó a fallar el apetito. Yo lo achaqué a la monotonía de la comida, así que no le di mayor importancia. Pero es que la cosa iba a peor, y cada vez tenía menos ganas de comer. Un par de días después, llegaron las náuseas, y mi alimentación se hizo totalmente imposible.
Esto pasó un viernes, y Freddy, mi compañero, se fue para su casa en Managua, quedándome yo en Somoto. A pesar de que ya dije que los días pasan despacio, estos días se hicieron largos, muy largos. Como se suele decir, “más largos que un día sin pan” (expresión que se adapta perfectamente al caso). A medida que pasaban las horas, me sentía cada vez peor, hasta llegar a la situación en la cual, no podía ni beber, porque simplemente meter agua en la boca me hacía vomitar. Las náuseas son, para mí, una de las peores sensaciones que hay. Es un sufrimiento continuo que no te abandona. Definitivamente, prefiero los vómitos, porque un vómito te hace sentir bien cuando acabas, te libera. Estaba hecho polvo, me sentía cansado y muy desmoralizado.
En otros post anteriores ya dije que ya había sufrido variedad de enfermedades estomacales, así que la situación no me resultaba extraña. Pero esta vez, era distinto. Encontrarse en un ambiente extraño, a unos 10.000 km de tu casa (más o menos), y no tener alguien que te haga compañía en estos momentos, te hace sentir todavía peor. Me acordé de mi familia, de mis amigos, de toda la gente que conozco y hasta de Rosalía de Castro (“Adeus ríos, adeus fontes, adeus regatos pequenos, adeus terra dos meus ollos, non sei cando nos veremos…”). Ahora sí se lo que es la morriña.
Pasé dos días tirado en cama prácticamente sin moverme. Desde el viernes que se fue Freddy hasta el domingo. Decidí entonces que debía ir a un médico o algo parecido. Bueno, en realidad ya lo había decidido el viernes, pero no me encontraba con las suficientes fuerzas para ir, y al principio tenía la esperanza de que fuera mal de un día.
Encontré una farmacia en la que atendía un médico, así que me dirigí a ella con la esperanza de que me hiciese un pequeño diagnóstico. La verdad es que resultó ser un tipo bastante incompetente. Al comentarle los síntomas, así a la brava, me recetó unos antibióticos, y me dijo: “tómate una pastilla y ya verás como mañana ya estás mejor”. Fue todo lo contrario. Al día siguiente tenía el estómago destrozado.
Uno de los chicos que trabaja en el CIDeS se ofreció a llevarme al hospital para que allí pudiesen hacer un diagnóstico más profesional.
Los hospitales aquí son bastante precarios, y sólo entrar en uno te invade el miedo. Ves niños llorando por todas partes. Me atendieron sorprendentemente pronto. Yo creo que fue porque Fofo, el que me llevó, es un tipo de contactos dentro del pueblo.
La imagen de médico me resultó a la vez simpática e inquietante. Era el vivo retrato del médico mexicano de los Simpson. Resultó ser todo lo contrario que el médico de la farmacia, un tipo bastante competente. Estuvimos charlando un rato sobre mis problemas anteriores de estómago y me oscultó durante un buen rato. Llegó a la conclusión de que mis problemas actuales se debían a la hernia de hiato que tengo en la boca del estómago desde hace tiempo. Como resultado de ingerir comida con mucho condimento, grasienta y pesada, día tras día, esta hernia habría provocado todos mis malestares. Me recetó un estimulador de la motivilidad gátrica, un protector estomacal, un restaurador de la flora intestinal y unas pastillas contra los gases estomacales. Gracias a todos estos medicamentos volví a tener apetito y pude comer. Aunque a pesar de todo, seguía sin encontrarme en perfectas condiciones.
La semi-recuperación no fue gratuita. Y es que los medicamentos en Nicaragua son un auténtico artículo de lujo. Todo lo que me recetó el médico para tomar a lo largo de dos semanas me costó 814 córdobas (40,70€). Teniendo en cuenta que un campesino puede ganar entorno a 100€ al mes, son, todavía, más artículo de lujo. Lo más curioso de todo es que ni tan siquiera compras una caja de pastillas, las pastillas se dispensan por unidades y te las dan en una bolsita de plástico. Por una parte, es una buena idea, porque no gastas más dinero que en las pastillas que vas a consumir, y por otra, nadie tiene, como todos nosotros en nuestras casas, un arsenal químico de restos de medicamentos. Por otra lado, no te ofrecen el prospecto, así que te tienes que fiar de lo que te haya dicho el médico. Si eres como yo, de los que nos gusta releernos el prospecto ochenta y cinco veces hasta que nos lo aprendemos de memoria, da bastante rabia.
Aquí, la seguridad social, es muy, muy limitada, y sólo se atienden casos de urgencia. Los medicamentos hay que pagarlos al completo y si el médico te hace una cura, por ejemplo, tienes que pagarle las gasas y el betadine. Yo no conozco ningún caso, pero estoy bien seguro de que hay gente que se ha muerto por no poder costear las medicinas que le hacían falta.
Mis compañeros del CIDeS juegan en el equipo de fútbol de Somoto. Este pueblo es la capital departamental del municipio de Madriz (está bien escrito). Por tanto, este equipo se llama “Real Madriz”. Además de eso, visten de blanco, y su estadio se llama “Santiago”. Todo pura coincidencia.
El domingo que terminaba la liga (aquí está empezando el verano), yo estaba dispuesto a ir a ver al estadio el último partido. En el pueblo había una gran expectación y casi todos irían al estadio. El Real Madriz jugaba contra Bluefields.
Bluefields es una localidad de la Costa Atlántica de Nicaragua, el Caribe. Un día hablaré un poco más de las partes que componen Nicaragua, pero intentaré hacer un breve resumen de la situación de la Costa Atlántica. Nicaragua cuenta con unos 6.000.000 de habitantes. Las poblaciones de mayor importancia, y el grueso de la población del país, se encuentra concentrada en la mitad oeste del territorio. La otra mitad alberga entorno al 20% de la población. Los accesos a esta zona son muy complicados, no hay carreteras asfaltadas, y los viajes pueden demorarse días. Existen un par de poblaciones grandes, pero casi todo son comunidades indígenas en las que la más representativa es la de los Miskitos. Los españoles intentaron colonizar esta zona en el siglo XVII, pero no lo consiguieron por los métodos convencionales (con las armas), así que recurrieron al armamento pesado (los curas). Los Myskitos se los cargaron a todos. Luego llegaron los ingleses, que fueron más efectivos y colonizaron la región (ya disponían de armas de fuego, aunque dicen que la introducción de las bebidas alcohólicas fue un factor decisivo para alcanzar la dominación). Consecuentemente, en esta parte del país se habla inglés. También se cuenta la historia de que en el siglo XVII, un barco portugués lleno de esclavos procedentes de África encalló en el norte de la costa, por lo que los habitantes son de raza negra y generalmente altos, al contrario que el típico nicaragüense, que es morenito y chaparrito. Las marcadas diferencias culturales, religiosas, de raza y de lengua, hacen que esta zona sea habitualmente excluida del resto del país. Ni tan siquiera en época de elecciones les prestan mucha atención. Se podría decir que son bastante ignorados. Creo que fue a principios de los 80 cuando se rodó aquí una película que quizás conozcáis. Se llama La Costa de los Mosquitos, en la que Harrison Ford hacía de un hombre que, cansado de su vida moderna, llevaba a su familia a esta zona paradisíaca para montar una fábrica de hielo.
Todo este rollo venía a que yo tenía previsto ir al partido contra Bluefields, pero no pudo ser. Una diarrea galopante tras una semana de recuperación me impedía alejarme a más de 100 metros de un water. Además, podía comer, pero sufría náuseas de vez en cuando. Al ver que la cosa no iba a mejor, decidí volver al hospital para que me volviese a ver el médico. El problema fue que allí no estaba el médico que me atendió la otra vez, sino que en su lugar estaba un médico cubano. Esto de los médicos cubanos y los nicas estudiados en Europa del este es una vieja historia de comunistas que otro día contaré. Le conté mi situación y mis antecedentes al doctor, y éste, con pesar, me dijo: “quizás tu problema necesite cirugía”. Creo que el interpretó rápidamente lo que decía mi cara, y arregló el tema diciendo; “pero no te preocupes, que los médicos nicaragüenses son de los mejores, hasta viene gente de Honduras a operarse aquí”. Yo pensé para mí “sí claro, ya me dejas de lo más tranquilo, como la gente de Honduras se viene a operar aquí, si tengo que escoger entre Houston y Somoto, pues me operaré en Somoto…”. De todos modos, me dijo, debería consultar previamente a un especialista, así que me dio la dirección de un cirujano del pueblo.
Para allí fui yo a las 8 de la noche, pensando por el camino cuanto me costaría el billete de vuelta para mi casa.
El nuevo médico, el doctor Ordoñez (el número 4), me dejó gratamente impresionado. Un hombre serio y aparentemente con grandes conocimientos. Me recomendó que dejase pasar unos días para ver como evolucionaba, me tomara unas pastillas antidiarréicas, y volviese en unos días para contarle como me encontraba. Achacó mis problemas a mi hernia de hiato y a lo que se llama “la diarrea del viajero”. Es una diarrea de sintomatología leve que afecta a un 50% de los habitantes del primer mundo que visitan los países tropicales. Se debe a la mala calidad de las agua que aquí se consume, pues contienen mayor cantidad de microorganismos, a los que no estamos acostumbrados.
Le hice caso y dejé transcurrir unos días para que la naturaleza hiciese su trabajo, pero la cosa no iba a mejor. El peor día fue en el que fui al water y me encontré con unas gotitas de sangre. Cuando me levanté y vi unas pintitas rojas en las heces casi me caigo de culo. Pensé que mi sentencia de muerte estaba firmada y solo me quedaba volver a casa para estar con lo míos. Quizás así contado parezca que exagero un poco, pero es que hay que verse en la situación, porque no es lo mismo que te pase esto en casa que a medio mundo de distancia.
Corrí desesperado de nuevo a junto el doctor Ordoñez. Sabiamente, me dijo, que antes de imaginarse cosas extrañas hay que contar con toda la información que esté al alcance de nuestra mano. Así pues, me mandó hacer un examen de heces y otro de orina. Fui a un laboratorio a solicitar un par de tarritos para muestras y una paletilla. Yo me esperaba encontrar con el típico tarrito transparente de tapita roja para muestras. En cambio, me encontré con un par de botes de cristal de potitos para bebé. El tiempo se me hizo muy largo hasta que me entraron las ganas de ir al baño. Estuve dándole vueltas a tema, pensando como haría para poder depositar mis “desechos” en el tarrito, que, además de ser pequeño, tenía una pequeña boca que pondría a prueba mi puntería. La estrategia elegida fue hacerlo en una bolsa y de ahí, con la paleta al tarrito. Un poco humillante, pero efectivo.
En cuanto tuve la muestra me fui pitando al laboratorio. Al cabo de una hora ya tenían los resultados: estaba infectado con una entomoeba histolytica. Es una ameba que coloniza el aparato digestivo, volviéndose un parásito. Se adhiere a las paredes del estómago y el intestino absorbiendo nutrientes. Se transmite por medio de la comida o el agua que ha estado en contacto con residuos de otros animales. Los quistes son la forma de resistencia de este parásito hasta que encuentran condiciones ambientales adecuadas para su desarrollo, son unas pequeñas cápsulas invisibles que depositan los animales contaminados en sus heces. Estos quistes resisten las condiciones ambientales hasta que tienen la oportunidad de entrar en contacto con otro alimento, por medio del contacto directo o siendo transportados por el aire. Cuando los alimentos o agua contaminados son ingeridos por un consumidor poco precavido (como yo), se repite el ciclo, produciendo vómitos, diarreas, cansancio, pérdida de peso, y una especie de moco y sangre en las heces. En teoría, con un poco de artillería química este bicho debería de salir de dentro de mí.
Me tomé religiosamente las 6 pastillas que mi médico me recomendó para eliminarla. Desde que me empecé a encontrar mal ha pasado un mes, desde que me tomé estas pastillas han pasado dos semanas, y todavía sigo sufriendo los síntomas, perdiendo peso y con un continuo malestar. Hoy mismo he decidido volver a hacerme unos nuevos análisis, para ver si me la había quitado de encima, o por el contrario era verdadera la hipótesis que estaba empezando a barajar, de que me estaba volviendo hipocondríaco perdido y todos mis males eran fruto de mi mente.
El resultado fue que por lo de ahora no soy hipocondríaco y las amebas siguen a sus anchas dentro de mí. De hecho, estoy peor que la otra vez, y ahora, a parte de tenerlas, tengo una infección en el intestino. Esta noche volveré al médico e intentaré que me recete el matamebas más potente que conozca.
Estoy de muy mal humor, bastante desanimado, tengo constantes molestias, y a día de hoy (14 de marzo), debo pesar unos 8 kilos menos que cuando llegué a Nicaragua, aunque no lo sé exactamente, prefiero no pesarme. Tengo tan poca grasa que siento los huesos del culo al sentarme. Esta se supone que sería una gran experiencia, y poco a poco se está convirtiendo en mi peor pesadilla. Me he planteado varias veces volver a mi casa, pero he pensado que la enfermedad seguirá conmigo, tanto aquí, como ahí, y posiblemente en Nicaragua sabrán tratar mejor un malestar que en España no existe. Una última razón para no volver es que tendría que comprar el billete a España, y curiosamente, el billete de ida, vale sólo 100€ menos que el de ida y vuelta.
Pienso que este es un buen momento para recordar un cuento que leí en algún sitio, que a mi parecer se adapta bastante bien a la situación y a todos esos momentos en los que pienso que habría estado mejor quedarme en casa viendo la tele mientras me como un bocata de chorizo:
Había una vez un rey que tenía un castillo. Como su territorio vivía constantemente acosado por invasores, decidió proteger su residencia con unas impenetrables murallas y un foso con cocodrilos hambrientos. Tras años de conflictos, las guerras cesaron. El rey se aburría mucho en su magnífica fortaleza, así que, para entretenerse, convocó al pueblo al otro lado de la gran muralla, y les dijo:
- Estimados súbditos: ya que estamos en una época de tranquilidad y prosperidad, he decidido hacer un concurso. Consistirá en que, el hombre que consiga atravesar el foso de las fieras y ascienda por el muro, llegando hasta el balcón donde me encuentro con mi familia, recibirá un generoso premio. Podrá optar entre recibir su propio peso en oro, o en tener una vida colmada de placeres casándose con mi hija, la princesa.
Prácticamente no había terminado de hablar, cuando la muchedumbre, asustada, vio como un campesino luchaba ferozmente con los cocodrilos y subía como una exhalación por la muralla hasta llegar a la par del rey.
- Oh!!, qué súbdito más valiente –exclamó el rey-. Has ganado la apuesta. Ahora dime, muchacho, ¿por qué optas? ¿Por obtener tu propio peso en oro o por casarte con mi maravillosa hija la princesa?.
- Me disculpará usted, mi majestad – contestó el hombre-. Yo tengo otra petición. Únicamente me gustaría saber ¿quién fue el idiota que me empujó?.
Este tipo de experiencias son a la vez el idiota y el rey; porque ofrecen el potencial de obtener emocionantes vivencias, pero su desarrollo es un proceso duro en el que puedes encontrarte con problemas que desgasten tu entusiasmo y te hagan sentir como en el foso de los cocodrilos. Pero, es eso consiste la vida, los cocodrilos son el riesgo, y sin riesgo no hay emoción, y cuando no hay emoción: ¿para qué vivir?.
Esto es lo que puedo contaros por ahora de mi enfermedad. Espero que las próximas noticias sean buenas.
5 Comentarios:
Hola Manolo.
Non te desanimes tio, que creo que pouco te pilla de sorpresa. Nesta última entrada podías poñer algún comentario, como: "non o lexades á hora de comer...", inda que perdería naturalidade, por min non hai pegas.Tes un estilo inconfundible.
Machiño si ves que as cousas se poñen moi mal organizamos un comando de rescate e te vamos a buscar, e xa que crees que as cousas son susceptibles de empeorar (cousas de Murphy), non mires a bolsa que inda te podes poñer peor.
Coidate Manolo, falamos o fin de semana polo messenger.
6:25 a. m., marzo 15, 2006
Hola Manolo:
Animo, todos sabiamos que non seria facil e que tarde ou cedo tendrias que loitar co teu estomago, ou en Nica ou en Sanxenxo.Pensa que non estas solo, estamos todos contigo para o que faga falta. Non te rindas, pois seguro que paga a pena quedarte. E por favor, non sigas perdendo peso que vai dar grima verte, recorda q os bichos esos a base de afogalos en ron tamen se acaba con eles.Un saudo.E a coidarse.
Posdata;Creo que ai certos detalles no post que podrias haber pasado por alto.Tampouco se votan de menos neste caso que non subiras ningunha foto.;)
2:14 p. m., marzo 15, 2006
Hola Manu,
Da ganas de xuntar un equipo de rescate como comentou Juan para traerte rapidiño polos pelos. Espero que te mellores pouco a pouco, ten moito coidado co que comes e bebes, porque que cada semana collas un bicho novo no estómago non ten nome. ¿Non podes tomar medidas drásticas? Eu chego a ser ti e non como nada que non sean bananas e bebidas enlatadas, pero bueno, eres un tipo listo, seguro que xa o fas o mellor que sabes.
Seguimos atentos as túas noticias, un saúdo dende esta parte do mapa.
PD: Cando saiba algo do que me pediche por mail xa cho digo.
2:59 p. m., marzo 16, 2006
Gracias por los apoyos.
Todos tus seres queridos son más queridos de lo que es habitual cuando están lejos.
8:35 p. m., marzo 17, 2006
Ola manu
non fai falta ver moito máis para saber cómo estabas neses momentos...os teus ollos dino todo.
Intenta non obsesionarte co estómago: agora sabes o que tés, e como atallalo.
Eres realmente moi valente afrontando esta situación. Non desesperes agora, porque a pesar de tódolas complicacións que poidas ter, a túa é unha experiencia inolvidable, que merece a pena vivila e contala, como estás facendo.
Segue adiante, e xa sabes que aínda que estamos lonxe, te queremos e estamos contigo. Cando te sintas só, pensa en tódolos momentos bos que tés, en todas as cousas boas que che pasaron, e nas que che esperan.
Non perdas a ilusión: pensa que nós estamos aí contigo, acariñándote dende as estrelas..
12:07 p. m., marzo 24, 2006
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