Montelimar beach
Mi tiempo en Nicaragua se acaba. No han sido ni cuatro meses, pero para mí han supuesto una vivencia intensa. Guille, Ofelia y yo decidimos que había que festejar de alguna manera esta experiencia, así que se nos ocurrió disfrutar de unas microvacaciones en Montelimar Beach, el hotel de la cadena mallorquina Barceló que está situado en la playa de Montelimar, en la costa pacífica de Nicaragua. De este modo, matábamos dos pájaros de un tiro, ya que Guille y Ofelia necesitaban un pequeño descanso en sus trabajos.
Montelimar es el típico hotel del Caribe (con la salvedad de que no está en el Caribe, sino en el Pacífico) hecho para turistas extranjeros. La empresa promotora compró un terreno de bosque casi virgen, limítrofe con una playa casi desierta. Es un área cercada, por lo que no es posible acceder a dentro del recinto ni al arenal si no eres cliente del hotel.
Cuando haces la entrada te colocan una pulserita verde que no te puedes sacar durante tu estancia. Esa pulsera te da derecho a realizar todas las consumiciones que quieras y acceder a todos los servicios dentro del hotel. Yo creo que el precio está bastante bien, porque incluye todas las
comidas desde las 12 de la mañana del sábado hasta las 3 de la tarde del domingo. Durante todo el tiempo intermedio puedes consumir lo que quieras a cualquier hora. Distribuidos por todo el recinto del hotel hay varias cafeterías y bares que ofrecen gratuitamente cualquier bebida y gran variedad de comidas. El desayuno, el almuerzo y la cena se hacen en un comedor con servicio de buffet. Yo pensé que al ser un buffet la comida no sería de mucha calidad, pero nada más lejos de la realidad, porque la calidad y la variedad eran excelentes. Las comidas se convertían en un verdadero problema, porque era dificilísimo hacer una elección. Yo opté por coger un plato grande y hacer variada recopilación, en pequeñas porciones, de todo lo que se mostraba apetecible. En casos como este uno se arrepiente de no tener un estómago de gran capacidad. Si Juan Luis me hubiese acompañado...
La pulsera verde también te capacita para poder acceder a otro tipo de servicios en el hotel, además del de la comida, como son la participación en las actividades de animación que organizan (partidos de voleyball, clases de aerobic, juegos, etc.) y el disfrute de varios deportes (bicicletas, tablas de surf, kayak de mar, minigolf, ping-pong, billares, tiro con arco, etc.). Por la noche organizan shows, en los que un individuo anima a la gente y un ballete hace coreografías, todo al más puro estilo “programa de José Luis Moreno”. Es un entretenimiento familiar. Para los que se quedan hasta más tarde, hay una orquesta que toca salsa y merengue. A última hora de la noche un DJ entretiene a los que tardan más en irse a dormir con temas de reagetón. Como Guille y Ofelia viajaron con los niños se fueron pronto a dormir. Yo decidí ir a investigar el ambiente nocturno en las instalaciones, así que me colé en medio de la gente que asistía a estos espectáculos. Fue una pena que no hubiese viajado con nosotros Marcel (al principio la idea era que nos acompañase, pero a última hora nos comunicaron que no había más plazas), porque así podría haberme hechocompañía en la salida de noche. Me limité a sentarme en una silla con un “Flor de caña” en la mano, desempeñando el papel de observador internacional.
Hay un edificio grande en el que se encuentran las habitaciones más pequeñas. El resto de las habitaciones se encuentran distribuidas en bungalows repartidos por todo el recinto.
Estos bungalows son como pequeñas casitas con todas las comodidades, desde aire acondicionado hasta televisión por cable, pasando por tabla de planchar. Todas se encuentran a escasos metros de la playa. La nuestra estaba bien posicionada, a 200 metros del comedor, a 100 metros de la piscina y del jacuzzi y a menos de 100 de la playa. Las palmeras que hay entre las habitaciones y el arenal tienen muchas hamacas para tumbarse a descansar.
El hotel cuenta con una mega-piscina que tiene un bar en el medio, al que sólo se puede llegar atravesando el agua. En ese sentido no tuvimos demasiada suerte, porque cuando nosotros llegamos estaba de remodelación. A parte de la piscina principal había un jacuzzi gigante, una piscina pequeña y una piscina para niños. También puedes ir a la playa. En esta época del año los precios del hotel son relativamente bajos, por lo que los turistas procedentes de otros países centroamericanos (Honduras, El Salvador, Costa Rica...) aprovechan estas fechas para acercarse a Montelimar. Esta gente no disfruta de la playa al igual que nosotros, pasan poco tiempo en ella y, evidentemente, no se tumban a tomar el sol.
La playa es enorme, calculo que puede medir unos tres kilómetros, ocupando a lo largo todo el territorio del hotel. Los clientes se hacen escasos para una extensión tan grande (acostumbrados a ver las playas españolas abarrotadas en verano) y parece que está casi desierta. El agua está caliente y hay unas buenas olas. Cuando Guille y yo fuimos, los vigilantes tenían puesta la bandera roja, pero, como otra gente, nos bañamos sin arriesgar demasiado.
El océano Pacífico tiene un nombre poco conveniente, porque puede ser cualquier cosa menos pacífico. Yo me metí a nadar sumergiéndome por debajo de las olas, pero cuando miré hacia atrás vi que la corriente me había desplazado unos 200 metros de mi punto de partida. La situación me puso un poco nervioso, porque al intentar volver al punto donde me había metido, la corriente me arrastraba en dirección contraria. Menos mal que uno es buen nadador (jeje) y ha ido a tres o cuatro clases de natación... No fue una situación peligrosa ni mucho menos, pero estuvo bien para darse cuenta de que había que andar con ojo.
En un sitio como este no llega el tiempo para aburrirse. A todas horas hay actividades de animación. Nosotros nos entretuvimos jugando al minigolf y paseando por la playa. Realmente, fue una experiencia muy recomendable.
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