o verdadeiro heroísmo está en transformar os desexos en realidades e as ideas en feitos "sempre en Galicia"

jueves, mayo 04, 2006

El Cañón de Somoto



Ya había comentado hace tiempo que cerca de Somoto existía un lugar llamado “El Cañón” donde el cauce de un río (el río Coco) discurre por una falla abierta entre dos paredes enormes que superan los 50m de altura. Esta formación geológica lleva miles de años ahí (evidentemente), pero ha sido en los últimos dos años cuando se ha empezado a considerar la zona como lugar de interés turístico. El motivo fue que en el 2.004 un grupo de geólogos checos vinieron por aquí para hacer un estudio sobre el riesgo sísmico de Somoto. Los aldeanos y habitantes del lugar ya conocían el Cañón desde siempre, pero fueron los expertos los que le dieron fama al lugar, ya que consideraron que era una formación de espectacular singularidad.

Aprovechando que yo soy semi-residente en Somoto, Marcel se acercó un fin de semana al pueblo para visitar el Cañón con un par de amigos vascos, Javier y Kristina. Estos dos chicos trabajan en el PNUD (Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo). Fueron compañeros de Marcel en un master realizado en Bilbao sobre cooperación internacional. Ellos dos accedieron a una beca del Gobierno Vasco para trabajar para las Naciones Unidas en Nicaragua y les ofrecieron la posibilidad de quedarse en el puesto. No me ha quedado muy claro todavía el porqué, pero es generalizado que la gente que trabaja en cooperación para organismos oficiales se manifiesta poco satisfecha con su labor. Todos dicen que preferirían trabajar en ONGs, pero la pela, es la pela. Debe ser que algo se está haciendo mal desde este tipo de instituciones. También es cierto que en este mundillo, en general, reina la idea colectiva de que la cooperación internacional funciona deficientemente. Se podría decir que, visto desde dentro, hay un descontento generalizado. Mi opinión personal también va en ese sentido. Ver como funcionan estas cosas sobre el terreno es un poco desmotivante. La ayuda al tercer mundo, o mejor dicho, la forma en la que se lleva a cabo la ayuda al tercer mundo, es un tema muy criticable. No seré yo el que se dedique a hacer esa crítica, porque se podría decir que yo conozco esto desde ayer. A pesar de eso ya tengo muy claro que esto no funciona como debería.

Es curioso el hecho de que cuando se juntan varias personas que trabajan en cooperación (oficial o no) siempre acaba saliendo el mismo tema de conversación; “qué mal funciona este país”. Por lo general alguien empieza quejándose de algo que no le gusta y al final todos contribuyen a criticar la vida nicaragüense de la forma más descarnada. Se empieza por la política, se sigue por la corrupción, y se acaba hablando de cualquier aspecto de la personalidad de los nicaragüenses o de su vida cotidiana; que si se va la luz cuando llueve, que si un día de cada dos no me puedo duchar porque cortan el agua, que si las tiendas abren y cierran cuando les da la gana, que si todo el mundo te intenta estafar, que si los hombres nicas son vagos, borrachos y machistas, que si la población tiene doble moral, etc. Al final de la conversación, cuando todos se han desahogado de la rabia contenida a cerca de las cosas que odian, uno a uno aclaran, que, de todos modos, le gusta vivir en este país.

Marcel y sus amigos tenían pensado venir un viernes para quedarse hasta el domingo, pero yo les advertí que en Somoto la oferta de ocio los fines de semana era muy, muy limitada, así que decidieron venir el sábado por la mañana. La idea era comer temprano y luego desplazarse hacia el lugar. Fuimos a un restaurante que queda cerca del CIDeS, llamado “El Somoteño”, al pie de la carretera Panamericana. En los restaurantes de pueblo la variedad suele ser bastante limitada, incluidos los que tienen carta, y dentro de la poca variedad, se da por supuesto que todos los platos deben llevar carne (excepto el gallopinto). Si a mí me parece complicado elegir comida (aunque casi siempre acabo optando por el pollo a la plancha), para Marcel, Javi y Kristina se presenta bastante más difícil, porque los tres son vegetarianos (aunque Kristina está intentando reinsertarse a la sociedad carnívora). El camarero les miró con una cara rara cuando le pidieron tres platos de ensalada con arroz y huevos revueltos. Estuvimos más de una hora esperando por la comida.

Cuando salimos del restaurante ya se nos había hecho un poco tarde para iniciar el viaje hacia el cañón, así que decidimos posponerlo hasta el día siguiente. Pasamos la tarde del sábado dando vueltas por el pueblo, comiendo helados y echando unas partidas al billar. El billar goza de una buena afición por estar tierras. Hay un par de locales con mesas, en las que jugar una partida te cuesta 2 pesos (10 céntimos de euro). Por las tardes siempre hay una gran cantidad de hombres jugando. Las mesas no son una maravilla, no suelen estar muy cuidadas, todas las varas están torcidas y los tapetes son más marrones que verdes, por el polvo. Además, las troneras son enormes y es demasiado fácil meter bolas. Estas mesas son una alegoría de los propios nicas.

Esa noche dormimos los cuatro repartidos entre mi cama y la de Freddy. Por la mañana preparamos un buen desayuno, y nos pusimos camino del cañón. Kristina había traído su Suzuki Vitara, ya que para llegar al lugar era imprescindible contar con un todoterreno. La última vez que intenté ir al lugar con los chicos del CIDeS nos quedamos embarrancados en la arena, así que esta vez fuimos por otro camino que se suponía más seguro. Salimos de la carretera principal y nos adentramos por una zona bastante tortuosa hasta que llegamos al cauce del río. Lo cruzamos y seguimos por la arena. Nos volvimos a quedar embarrancados, pero esta vez, empujando un poco y con la ayuda de la tracción 4x4 conseguimos sacarlo. Para no arriesgar mucho, dejamos el vehículo aparcado en un sitio seguro y decidimos ir hasta la entrada del cañón a pie. Otros turistas nos encontraron de camino y nos invitaron a ir hasta el lugar en la tina de su pick up.

Como ya dije, yo nunca había ido al lugar, así que no me hacía una idea demasiado exacta de lo que nos íbamos a encontrar. Al menos, se me ocurrió llevar bañador y chanclas, cosa que Marcel no hizo, porque se vino con vaqueros, pensando que el recorrido era básicamente una ruta de senderismo.

Cuando llegamos a la entrada, donde se empezaba constreñir el río y las paredes que lo encauzaban crecían, nos encontramos con un ranchito de palmas bajo el que descansaban unos cuantos hombres. Nos contaron como funcionaba la logística turística: en primer lugar, había que pagar entrada. Lo curioso es que no se sabía para quien era el dinero porque se supone que el Cañón es terreno público. Pero por 5 pesos no es cuestión de protestar. Luego nos llevaron en una pequeña barca río arriba, en la que el viaje costaba 10 córdobas por cabeza. Al llegar a la base de las altas paredes, desembarcamos y empezamos el camino a pie. La ruta no era complicada, pero había que andarse con ojo para no caerse de los peñascos. Un par de chicos que estaban a la entrada del Cañón se ofrecieron a hacernos de guías.

El recorrido total abarca más de cuatro kilómetros, de los que parte se pueden hacer andando, pero otras zonas consisten en unas pozas de gran profundidad escoltadas por paredes verticales que hay que atravesar nadando. Nosotros no íbamos preparados para nadar, así que nuestros guías nos ofrecieron unos neumáticos de camión para atravesar las pozas. Habría sido un problema no disponer de ellos, ya que no me imagino nadando con una mano y aguantando la cámara de fotos con la otra mano fuera del agua.








El agua estaba templada y era bastante apetecible. Uno a uno nos empezamos a montar en nuestros “flotadores” para poder avanzar el primer trayecto. Lo primero que pregunté era si había culebras; no me apetecía pescar una con el dedo gordo del pie, como hizo Carlitos con el trozo de carne. Según nos explicó uno de los guías que nos acompañaban, las pozas tenían una profundidad media de 17 metros, y una anchura de 5. Decía que el nivel del agua aumentaba muchísimo en época de lluvias, unos 10 o 15 metros más. También nos contó que antes de que llegase el huracán Mitch, todo el cañón podía recorrerse de un solo, con una barca, pero su fuerza hizo que se derrumbasen parte de las paredes, dejando tramos aislados e impidiendo el acceso de las barcas.









Uno de nuestros guías decidió hacer una demostración de valentía al saltar desde una de las paredes del cañón hacia una de las pozas. Aquí os dejo una foto para que os hagáis una idea de la magnitud de la altura desde la que saltó (sin matarse, por cierto). Marcel hizo una imitación más modesta desde una altura inferior.

En el último tramo del recorrido tuvimos que abandonara las cámaras de fotos, escondiéndolas en un agujero, ya que era una parte en la que había que nadar porque no era suficiente con subirse en los neumáticos. Espero que las fotos que saqué hasta ese momento os sirvan para haceros una idea de lo espectacular del lugar.

La vuelta se hizo un poco más dura que la ida, supongo que fue por el cansancio acumulado, pero también nos lo pasamos muy bien. La barca nos volvió a llevar al punto de partida y allí le agradecimos su compañía a nuestros guías con una propina voluntaria.

El camino que nos separaba del coche de Kristina tuvimos que hacerlo andando, ya que no aparecieron por ningún lado los dueños del pick up que amablemente nos habían acercado al Cañón.





Si algún día venís hasta Nicaragua, que no se os olvide pasaros por el Cañón de Somoto (ni tampoco os olvidéis del bañador).

2 Comentarios:

Anonymous Anónimo said...

Es un lugar precioso, me han gustado mucho las fotos.
Supongo que quien no llevó bañador, se habrá tenido que mojar el culo, je je.
Bueno, pues a disfrutar de lo que queda, que se acaba!!
Un beso.
Mari

2:57 p. m., mayo 05, 2006

 
Anonymous Anónimo said...

El guía ese está tarao, pero mira que tirarse desde esa altura!!

Preciosas las fotos del cañón, aunque el comentario de que si hay culebras en el agua.. jur

Cuidate meu

1:01 p. m., mayo 14, 2006

 

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