o verdadeiro heroísmo está en transformar os desexos en realidades e as ideas en feitos "sempre en Galicia"

martes, abril 25, 2006

S.I.I.

El lunes después de Semana Santa me tocaba ir a recoger los resultados de las biopsias al Hospital Metropolitano. A primera hora de la mañana me dirigí con Guille a la oficina de Amigos de la Tierra. Allí estuve un par de horas. Aproveché que también estaba Freddy en la oficina y que había venido en coche para pedirle que me acercase hasta el hospital. Guille no pudo venir esta vez, tenía una reunión importante con gente de la AECI (Agencia Española de Cooperación Internacional). Freddy me dejó en la puerta de centro de salud entorno a las 10. Hasta las 11 no tenía cita, así que me dediqué a leer un libro mientras esperaba mi turno.

Esta vez el doctor Gutiérrez fue puntual y me hizo pasar a su consulta a la hora esperada. Empezó preguntándome lo típico; que cómo me encontraba, qué tal me había sentado el tratamiento, etc. Yo estaba un poco nervioso. Esperaba que este fuera el momento clave de los dos últimos meses, en los que me había preguntado una y mil veces lo que le sucedía a mi cuerpo.

Me dijo tres cosas importantes: Lo primero fue que ya no tenía ni amebas ni infección intestinal, es decir, que ya no era medio de transporte para pasajeros indeseables. Lo segundo fue que la hernia de hiato que yo consideraba origen de la mayoría de mis males estomacales desde tiempos remotos, no era la principal culpable de mis malestares, ya que la endoscopia había revelado que no era grave. La tercera noticia, y más tranquilizadora, si cabe, fue que no se apreciaba ningún daño estructural en mi aparato digestivo.

Si releo lo que acabo de escribir, parece que vengo a decir que en realidad no tenía nada. Pero no es así, el médico me entregó los resultados de las biopsias, en las que se podía leer:

Gastritis crónica superficial

Colitis crónica inespecífica.

Estas palabras, en cristiano, se traducen en que tenía el sistema digestivo maltratado, inflamado y resentido. Volvemos entonces a la pregunta original; “Si ya no tengo amebas, no tengo infección bacteriana, ni tampoco tengo una hernia de hiato que me dé problemas importantes… ¡¡¿¿qué narices tengo??!!”

El doctor me dijo que mis síntomas se correspondían con una enfermedad, a cuyo diagnóstico se llega por el método del descarte: es decir, es el cajón desastre de las enfermedades digestivas. Viene a ser lo que te diagnostican cuando ya no se les ocurre qué decirte; Síndrome de Intestino Irritable (SII). Bueno, y ¿qué es esto del Síndrome del Intestino Irritable?

Entre lo que me ha explicado el médico, lo que he podido leer por mi cuenta, y la experiencia personal que he sufrido a lo largo de estos meses y de los años que les preceden (ya que se supone que todos mis achaques estomacales del pasado se debían a esto), puedo contaros algo sobre esta enfermedad:

El síndrome de intestino irritable es un trastorno crónico que origina una serie de síntomas que se consideran debidos a la desincronización general del aparato digestivo. Esta disfunción se debe a un incremento de la sensibilidad a los estímulos originados en el intestino. El colon es más sensible y reactivo de lo normal, por lo que responden agresivamente a estímulos que no afectarían a otras personas. Por un lado, la persona que sufre SII desencadena un fuerte rechazo a sustancias irritantes, se muestran más proclives a tomar infecciones (amebas, bacterias…) y son más sensible al estrés o la ansiedad. En realidad nadie sabe qué es lo que causa el SII, pero casi todos los especialistas coinciden en que es una especie de disfunción del sistema nervioso intestinal, por lo que las sensaciones emocionales dominan el comportamiento (o mejor dicho, el mal comportamiento) del sistema digestivo. Junto con los síntomas intestinales, es frecuente que existan factores psicológicos. Esto no quiere decir que los síntomas no sean reales (lo son, os lo digo yo), sino que el síndrome de intestino irritable es el resultado de una compleja interacción entre factores psicológicos y físicos. Los síntomas pueden empeorar cuando se está bajo mucho estrés, tal como cuando se viaja, se tienen compromisos sociales o se cambia la rutina diaria, como es mi caso. Esta es la otra razón, por la que, cuando me pongo nervioso me empieza a doler el estómago.

El trastorno del tubo digestivo puede afectar a cualquier segmento del mismo, desde la boca hasta el ano, lo que justifica la amplia variabilidad de los síntomas que pueden aparecer con dicho síndrome. Los síntomas dependen de la parte del tubo digestivo que esté involucrada y es habitual que se superpongan síntomas originados en diferentes regiones. Algunos pacientes sólo tienen trastornos achacables a una parte del tubo digestivo mientras que en otros son varias las regiones afectadas. Además, los síntomas pueden modificarse a lo largo del tiempo. Mis síntomas más habituales son la sensación de tener un nudo en la garganta que inhibe el apetito, las náuseas, la distensión abdominal por culpa de los gases, dolor estomacal, alteración entre diarrea y estreñimiento y ganas de ir al baño cuando en realidad no hay a nada a qué ir (no sigo porque no deseo convertir este blog en un diario escatológico). Dicen también que son frecuentes el cansancio y la fatiga que a veces siento, alteraciones del sueño y en algunos casos depresión. Yo no sé si se podría decir que yo llego a sufrir depresión, pero sí sé que en estos dos meses, entre amebas, bacterias y SII, le he dado millones de vueltas a la cabeza.

Dicen que no hay fórmulas mágicas para esta molestia, y lo único que te aconsejan es que trates de evitar comidas que parecen hacerte sentir peor y buscar maneras para evitar el estrés; que trates de ver las cosas con calma. Los síntomas intestinales y la ansiedad forman un círculo vicioso que en ocasiones te impiden quitarte de la cabeza lo que estás sintiendo. ¿cómo me voy a relajar cuando me empiezo a encontrar mal?. Me pongo de tan mal humor que no soy capaz de pensar en otra cosa. Estar en un país extraño con una enfermedad que no se da curado, no es una situación que invite a la relajación.

A veces es curioso darse cuenta de que incluso las malas noticias te pueden llegar a alegrar. Me sentía como si me hubiese quitado un peso de encima, porque, aunque me hayan diagnosticado una enfermedad, un poco cogida por los pelos, me queda el consuelo de tener un poco más claro qué es lo que le pasa a mi cuerpo.

Cómo son las cosas… quien me iba a decir a mí hace un año que tendría que viajar a Nicaragua para descubrir que tengo el Síndrome de Intestino Irritable.

Salí del hospital con el diagnóstico en una mano, una nueva receta para pastillas en la otra, y una pequeña sensación de alivio en la cabeza.

El Hospital Metropolitano queda un poco alejado del centro de Managua (lo del centro de Managua es un decir), o sea , que queda lejos de la mayoría de los sitios, así que la única opción para volver a la oficina de Amigos de la Tierra era conseguir un taxi. Como desde la puerta del edificio no se divisaba ninguno, decidí poner rumbo a mi destino, aunque no habría mucha diferencia si esperaba sentado a que apareciese uno, porque me haría falta casi todo el día para llegar andando a mi destino (a parte de que sería bastante probable de que no diese con el camino correcto). Pero como me amarga más esperar que andar, decidí empezar la caminata.

Llegué a la carretera Masaya. Es una de las carreteras más grandes de Managua. Se podría decir que es una especie de autopista, porque tiene tres carriles para cada dirección separados por una mediana. Pasaba el tiempo y no aparecía ningún taxi por ningún lado. En una situación normal, en Managua, si tiras una piedra tienes un cincuenta por ciento de posibilidades de darle a un taxi y otro cincuenta por ciento de posibilidades de darle a otro vehículo, persona o cosa y que te saquen una pistola (estoy exagerando). No sé cuanto tiempo estuve andando, pero fue bastante más de una hora. Bendito fue el momento en el que giré la cabeza y apareció un taxi. Extendí la mano y paró unos metros más adelante de mí. El rito habitual en este tipo de casos consistiría en pedir el precio y luego regatear a la baja antes de subir, pero en este caso, opté por una técnica más conservadora y sólo me limité a preguntar el precio por llevarme a mi destino cuando ya estaba dentro, para que al llegar no me pidiese lo que él quisiese.

Por fin llegué a la oficina. Pasé con los chicos el resto del día. Hicimos una interrupción para ir a comer a un restaurante de los alrededores que se llama el Toro Huaco. Este sitio me gusta porque las condiciones higiénico-sanitarias que presenta son bastante aceptables (en comparación con todo lo demás que se puede ver por aquí). Además, el precio es económico (35 pesos, menos de 2 euros). Partiendo de la base de que la comida Nica no es mi fuerte, existe una variedad de platos que siempre te permite encontrar algo a tu gusto. El menú que yo intento consumir se vuelve bastante limitado, ya que no puedo comer nada que tenga un sabor fuerte, ni muy dulce, ni muy salado, ni muy picante, ni muy amargo. Tampoco debo beber cerveza porque tienen alcohol, ni refrescos porque tienen gas, ni jugos por tener demasiado azúcar, así que me limito al agua embotellada. Por otra parte, durante mi estancia en Nicaragua he decidido eliminar de mi dieta en restaurantes las frutas y verduras frescas (ya que dicen que son el principal vector de amebas y parásitos). Resumiendo, comer fuera de casa se ha vuelto una tarea difícil.