Visita al hospital
El sábado 8 Guille me acompañó al hospital para acudir a mi cita con en gastroenterólogo Jorge Gutiérrez. Fuimos al hospital Metropolitano, el más moderno de Managua (y de Nicaragua). Dicho
hospital pertenece a la familia Pellas (que se pronuncia Pelas, curiosamente). Esta familia es la propietaria de la mitad de los negocios del país: dueños de casi todos los concesionarios de automóviles (Suzuki, Toyota, Isuzu, Hyunday, etc.), fabricantes del ron Flor de Caña, de las dos marcas de cerveza más importantes (Victoria y Toña) y del agua embotellada, importadores de bebidas alcohólicas del país, dueños del Hospital Metropolitano, de un banco, de una compañía de seguros, etc. Es decir, están forrados.
El hospital tiene una apariencia que resulta de la mezcla entre un hospital al puro estilo americano y un hotel cinco estrellas del Caribe, con sus jardincitos y palmeras. Lo que más me sorprendió fue que el edificio estaba prácticamente vacío. No había casi ningún paciente, y en la sala de espera sólo nos acompañaban cinco o seis personas. No es de extrañar, porque hay poca gente que se pueda permitir este lujo en un país tan pobre. La televisión de la sala de espera sintoniza canales en Inglés y los formularios que cubres al entrar en el hospital también están en Inglés. Por una parte, este hecho se debe a que vienen más gringos a este hospital que nicas, y por otra, a que el Inglés da standing. Por aquí todo lo americano es sinónimo de calidad, pero quizás esté mejor considerado lo europeo, que es sinónimo de distinción.
Parece ser que aquí también funcionan con hora nica, porque a pesar de que teníamos cita a las 10 de la mañana el doctor nos recibió pasadas las 11. Pero ese fue el único fallo que tuvo, porque en mi vida me había encontrado con un doctor tan atento. Me hizo un historial completo de todas mis enfermedades y antecedentes familiares. Me revisó de arriba abajo e hizo que saliera del consultorio con más enfermedades que con las que entré. Dijo que tenía una pequeña hernia en el ombligo (es una bolita que no causa mal ninguno, y que yo pensaba que tenía todo el mundo, pero parece ser que es defecto mío), que estaba deshidratado, y que tenía unos hongos en la piel, en la zona del abdomen. Lo de los hongos consiste en una pequeña mancha que ya llevaba conmigo desde hace algunos años, pero nunca le había dado mayor importancia. El doctor me dijo: “¿Te pica?”. Y yo le respondí: “Hombre sí, ahora que lo dice, me pica de vez en cuando”.
Después de una hora de consulta, el médico concluyó que posiblemente mi problema principal fuese provocado por una infección intestinal distinta a la producida por la ameba. El Dr. Gutiérrez sugirió que yo tengo una sensibilidad especial en el aparato digestivo que me hace proclive a infecciones y agresiones, por eso pillo amebas, bacterias y todo lo que se me cruce por delante. Es algo parecido al asma, pero en el aparato digestivo. Pero... hay que comprobarlo, y para eso hay que hacer una endoscopia y una colonoscopia. En una situación normal me habría echado las manos a la cabeza cuando me lo dijo, pero a estas alturas ya estoy tan harto de mis molestias que me da igual lo que me hagan. Para los que no lo sepáis, la endoscopia consiste en que te meten un tubo con una cámara en la punta por la boca hasta el estómago, y la colonoscopia, pues lo mismo, pero por el culo. Yo ya viví una vez la experiencia de la endoscopia y no se puede decir que sea una vivencia agradable, pero en este momento estoy dispuesto a hacer lo que sea por quitarme este eterno malestar. Ahí no acaba todo; no es suficiente con haber tenido una ameba, con tener una infección bacteriana, con tener un intestino hipersensible, con tener una hernia en el ombligo, con tener hongos, con que tengas que sufrir una endoscopia y con que tengas que sufrir una colonoscopia, que además de todo ello, tienes que pagar una pasta tremenda por que te las hagan. Sólo deciros que el costo de este examen supera con creces el precio que yo había imaginado: 550 dólares más 35 por cada vez que me cite con el médico. Este es el precio de la mala suerte de viajar a un país al que vas con la intención de aprender y pasarlo bien y acabas contrayendo una enfermedad. Pero a la vez es el precio de la buena suerte, de ser tan afortunado de poder estar en un país tan pobre y poder pagar un tratamiento médico que el 95% de la población no puede afrontar.
Si hay una cosa que realmente no me gusta de Nicaragua es que hay multitud de enfermedades: aquí puedes coger amebas, bacterias, dengue clásico, dengue hemorrágico, tifus, difteria, lepra de las montañas, malaria, parásitos intestinales, mal de chagas, etc. etc. etc. Teniendo en cuenta la existencia de todos estos peligros la gente debería de tener mucho más cuidado, seleccionar lo que come y guardar su higiene personal. Por el contrario, los nicas se atreven con todo, comen cualquier cosa que les vendan en la calle y no se preocupan demasiado de conservar las mínimas medidas higiénicas. Ellos argumentan que viven en un país pobre y que no tienen dinero para guardar todas esas medidas sanitarias, pero lo cierto es que ese no es el problema, el problema es la poca educación y el desconocimiento. Además el sistema de salud es precario y los medicamentos son muy costosos. Es muy probable que si una persona está gravemente enferma su visita al médico únicamente le valga para saber de qué va morir. Si tienes más suerte, como yo, y tienes más de 600 dólares ahorrados para alguna emergencia, posiblemente puedas recurrir a un buen hospital donde solucionen tus problemas.
A pesar de las malas noticias, salí contento del hospital. El doctor me pareció excelente y el hospital de lo mejor que había visto en mi vida. El lunes volvería a que me metiesen los tubos.
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