o verdadeiro heroísmo está en transformar os desexos en realidades e as ideas en feitos "sempre en Galicia"

viernes, mayo 26, 2006

Despedida de Nicaragua

El día antes de mi partida tenía pensado irme pronto a dormir para afrontar el viaje con energía, pero los chicos que trabajaban en Amigos de la Tierra decidieron que podíamos salir a cenar todos juntos para despedirme. Fuimos a una pizzería de la zona rosa de Managua que se llama Valentis. Creo que Guille tiene mucha suerte, la gente con la que cuenta son todos unas grandes personas.

El día siguiente, 16 de mayo, me levanté a las 5 de la mañana. De la primera en despedirme fue de Ofelia. Creo que echaré de menos a mi cuñada adoptiva. Después fuimos a la oficina y tras pasar un par de horas allí también me despedí de los chicos. A las 10,30 salimos Guille y yo hacia el aeropuerto de Managua (aeropuerto Augusto César Sandino). No es un aeropuerto muy grande, aproximadamente del tamaño del aeropuerto de Vigo. Ahora mismo están en plena remodelación, por lo que algunas zonas lucen muy bonitas, y sin embargo otras te hacen creer que estás en una estación de autobuses de los años 80. Aquí me tocó despedirme de Guille. Tengo mucho que agradecerle, porque conozco a pocas personas que se hayan portado tan bien conmigo. Antes de llegar a Nicaragua yo no había tenido una relación muy intensa con él, no nos conocíamos demasiado ni teníamos una confianza mucho más allá de la que proporciona haber charlado unas cuantas veces. Yo simplemente era amigo de su hermano. A pesar de eso me trató como si fuera su hermano mismo y me hospedó en su casa como si fuese parte de su familia. No creo que encuentre una manera adecuada de agradecérselo. Lo hizo genial. Cuando llegué aquí era el hermano de uno de mis mejores amigos, pero ahora puedo decir que él es uno de mis mejores amigos. Quizás se pueda decir que tuve un poco de mala suerte al coger una infección de amebas al llegar a Nicaragua, pero para compensar me he encontrado con un grupo de personas maravillosas que no olvidaré. Si leéis esto, gracias a todos; a Guille, a Ofelia, a Freddy, a Marcel, a Diego, a Zaira, a Riqui, a Hilario, a Javi, a Kristina, a los chicos del CIDeS, y a todos los demás que se han cruzado conmigo en esta experiencia.

A la una de la tarde salió mi avión de Managua. Estuve tentado a comprar un montón de recuerdos en las tiendas del aeropuerto, pero no lo hice en ese momento ni tampoco antes porque mi billete no me permitía llevar más de una maleta, y ésta iba repleta.

De nuevo viajaba con American Airlines. Los aviones de esta compañía no son una maravilla, pero en general son bastante mejores que los que yo he visto en Iberia. Al embarcar te dan las famosas hojas de inmigración de los EEUU, esas en las que te preguntan una sarta de tonterías. En la que interroga si eres deficiente mental se la deberían aplicar a sí mismos. En pleno viaje las turbulencias dieron unas buenas sacudidas al avión. A mi lado viajaba una señora que parecía bastante novata en esto de volar, porque en cuanto notó que algo no iba bien se agarró al asiento como si en ello le fuese la vida (eso pensaría ella). Yo también me asusté, pero me puse a pensar que de tantos aviones que cruzan los cielos en el mundo cada día, malo sería que se cayese justamente el mío. Es un razonamiento un poco estúpido, pero a mí me funciona. Después de dos horas y media de vuelo, cuando tomamos tierra, más de uno se presinó (la señora de mi lado entre ellos).

Esta vez Miami no lucía igual de espectacular que hace tres meses y medio. El cielo estaba encapotado, el día era oscuro y llovía intermitentemente, pero no por eso hacía frío. Los policías andaban como siempre, vestidos con sus pantalones cortos. A la llegada al aeropuerto hay que pasar por las oficinas de inmigración. Allí entregas los papeles que cubre en el avión, te toman las huellas digitales y te sacan una fotografía digital con una especie de webcam. Con el fin de hacer el mundo un poco más seguro, a los gringos se les ha ocurrido la feliz idea de que la gente que está en tránsito (como yo), tiene que recoger las maletas. Esto es una tontería, porque las sacas de la cinta, cruzas una puerta, y las vuelves a entregar otra vez para que continúe el viaje. Sólo aquí pasan estas cosas.

Cuando conseguí mi carta de embarque y localicé la puerta que me correspondía me dediqué a comerme un bocadillo en un banco de la calle. Cuando lo fui a comprar me asaltó la duda de si sería capaz de pronunciar correctamente en inglés el nombre del bocadillo que se anunciaba en los carteles del restaurante de comida rápida. Cuando me di cuenta de que el camarero que recogía los pedidos charlaba en Castellano con su compañero se me disiparon las dudas.

A la hora de la salida pasé por el escáner. Como son americanos, no les valía un escáner normal, como los que hay en el resto del mundo. El suyo es una especie de cabina de teléfonos donde te metes y te echan chorros de aire por todos lados. Delante de mí iba una pareja mayor y ambos parecían bastante despistados. El policía de aduanas se estaba empezando a desesperar con ellos porque les estaba pidiendo los tickets de embarque y ellos sólo le daban los pasaportes. Estaban más perdidos que un pulpo en una gasolinera. No pude evitar una sonrisita cuando el marido le dijo a la mujer: “Deixa a chaqueta, coño, e busca o que che pide”. Si es que estamos en todos lados...

La salida de Miami fue de noche. Esta vez sí que estaba espectacular con sus grandes rascacielos alumbrados. Como la última vez que crucé el Atlántico, volvimos a volar en un Boeing 747 de British Airways. Es una bestialidad de aparato, con dos pisos. Todos los asientos tienen su propia televisión. Hay 15 canales, todos ellos con buenas películas. Es una lástima que no se hayan molestado en poner ni uno solo en versión española. L@s azafat@s son muy atentos, pero de Español, ni papa. A diferencia con Iberia, aquí te sirven bebidas a todas horas y las comidas son comestibles. Yo pedí un poco de lasaña, pero aquello era una bomba de relojería para mi estómago. A pesar de que tenía hambre, tuve que abandonarla a medio camino porque sabía que más tarde tendría problemas.

Durante este viaje también hubo bastantes turbulencias, más de uno se regó su asiento y a sí mismo con la taza de café que le acababan de servir. Yo estaba tan cansado que a pesar del meneo me quedé dormido.