o verdadeiro heroísmo está en transformar os desexos en realidades e as ideas en feitos "sempre en Galicia"

viernes, mayo 26, 2006

Adiós

Aquí se acaba esta historia. Espero que os halláis entretenido acompañándome en este viaje. Es cierto que todo podría haber salido mucho mejor de lo que salió, y que realmente podría haber contado una historia más bonita, pero para leer historias bonitas se hacen los libros de aventuras. Y si no os ha parecido una historia bonita, bueno, pues espero que por lo menos halláis aprendido algo de todo lo que he contado, porque he intentado convertirme por un tiempo en un imitador de la rana Gustavo, el reportero más dicharachero, ofreciéndoos una visión más real del tercer mundo, algo diferente a lo que sale por la tele o lo que venden los misioneros que quieren salvar al mundo.

Ojalá alguien que haya leído toda la parrafada que he soltado se anime a hacer algo parecido, a viajar y a conocer otros lugares y personas que enriquezcan su visión del mundo, y si es gallego, mejor que mejor, así se dará cuenta de que vivimos en el lugar más maravilloso del mundo. Si lo hace y las cosas no salen tan bien como estaban planeadas, que no se preocupe, que es parte de la aventura.

Y es que las cosas casi nunca salen como uno se las imagina (para lo bueno, y para lo malo).

Unha aperta a todos.

Saúde e mar.

Miña terra galega

Cuando acabé de comer el bocadillo me dispuse a relajarme en el asiento y contemplar la llegada y salida de aviones por la vitrina que da a la pista de aterrizaje. También es entretenido fijarse en la gente, en como se comporta, en la pinta que tiene y en lo que hace. Quedé sorprendido al ver como pasaba por delante de mí Casimiro, un chico que trabajaba conmigo en la Policía Local de Sanxenxo. Él también me vio, pero no me reconoció. Es normal, porque cuando me fui no tenía barba, pesaba 11Kg más y tenía el pelo más largo. Tuve que echarle un par de gritos para que me hiciese caso. Él también se quedó sorprendido de verme. Había ido a Madrid a presentarse a la entrevista para acceder a las pruebas de la Policía Nacional. Estuvimos hablando de tonterías durante un buen rato. Fue una coincidencia tremenda, porque a parte de que nos habíamos encontrado, viajábamos a la misma hora, en el mismo vuelo y en asientos contiguos.

La salida de nuestro vuelo se retrasó por más de una hora ya que la tripulación de nuestro vuelo procedía de otro avión que también llegaba con retraso. Mientras esperábamos en la puerta de embarque pudimos escuchar por la radio la final de la Champions League que jugaba el Barça. Cuando por fin nos tocó subir al avión iban perdiendo 1-0.

El viaje de Madrid a Santiago ya es corto de por sí, que además teniendo compañía con la que charlar, se hace un mero paseo. A la llegada a Lavacolla nos enteramos de que el Barça había ganado la Champions y se había proclamado campeón de Europa. Yo me fui a la cinta a recoger mi equipaje mientras Casimiro salía, ya que el había viajado sin maletas. Después de un buen rato de espera, en el que me dio tiempo a hacerle una llamada a Guille para contarle que había llegado bien, apareció mi maleta.

Cuando salí para fuera lo primero que vi fue a mi padre aguantando un cartel que ponía “Sr. Franco”. También estaban allí mis hermanas (Lisa y Sonia), mi madre, Luís (el novio de Lisa), y algunos de mis amigos (Pablo, Juan Luís y Juan Manuel). Entre todos aguantaban una pancarta de bienvenida. Supongo que fue un poco vergonzoso para todos ellos, pero es agradable que la gente se tome tantas molestias para saludarte después de todo este tiempo sin verte. Fue muy emocionante volver a ver a toda la gente que quiero, porque, para mí no han sido tres meses y medio, ha sido mucho más que eso, ha sido una experiencia que recordaré toda la vida.

De vuelta al viejo continente

Llegamos de día Londres. Salimos de Miami a las 8 de la tarde y aterrizamos a las 10 de la mañana, aunque sólo fueron 8 horas de vuelo. Esto es lo bueno que tiene viajar en contra del sol. Para que luego digan que viajar en el tiempo no es posible.

La ciudad de Londres estaba cubierta de una espesa capa de nubes bajas. Parecía que en vez de estar entrando en el aeropuerto nos estábamos metiendo en un gigantesco pastel de nata. Esta vez no necesitaba cambiar de aeropuerto, tenía llegada y salida en Heathrow. Es un edificio moderno, bastante mejor que el de Gatwick (donde aterrizan la mayoría de las compañías de vuelos baratos, como Ryanair, y que queda muy alejado del centro de la ciudad). Como casi todos los aeropuertos que he visitado, se caracteriza por tener una zona antigua y otra más nueva, repleta de las últimas tecnologías y de tiendas de diseño. Entre toda esa tecnología, tuve la oportunidad de comprobar de primera mano la efectividad de los inodoros que echan agua automáticamente en cuanto te levantas, porque, como había predicho, la cena que me sirvieron el vuelo anterior, como dicen los nicas, me había dejado el estómago “hecho paste”. Es una pena que se esté acabando este blog, porque esto me recuerda que hay un montón de cosas más que os podría haber contado sobre Nicaragua y sobre los nicas. Una de ellas es la forma peculiar en la que a veces le dan uso al Castellano. Tienen palabras propias, como por ejemplo el saludo “qué iule??” que viene a ser una deformación de “¿qué hubo?”. También utilizan de forma peculiar otras palabras. Por ejemplo, cuando alguien te viene a pedir algo, por ejemplo, una libreta, te dice “vengo a traer la libreta”, pero lo que quiere decir es que se la quiere llevar. Otro ejemplo es la utilización de la preposición “hasta”. Si alguien te dice: “fulanito viene hasta las 5”. Eso quiere decir que fulanito todavía no ha llegado, y que hasta las cinco no viene. Hay muchas expresiones curiosas que quizás se hubiesen merecido un post aparte.

En la escala de Londres tenía menos de dos horas para pasar el control de aduanas, encontrar el mostrador para sacar mi tarjeta de embarque y encontrar la puerta de mi vuelo. A pesar de que tuve que hacer una tremenda cola para pasar por el escáner, me dio tiempo de sobra (con varias visitar al baño incluidas). El problema fue que 20 minutos antes de la hora de despegue del avión nadie sabía la puerta de embarque. Como no, viajábamos con Iberia. Cuando faltaban 5 minutos para la salida nos metieron a toda prisa en el avión. Lo único bueno de viajar con Iberia es que todo el personal de la compañía habla Español. Cuando sales fuera de España te das cuenta de lo importante que es saber Inglés. Leyéndolo todavía me defiendo un poco, pero cuando me hablan no me entero de nada. A los únicos que entiendo hablando en Inglés son a los tripulantes españoles. Nuestro piloto era un tipo muy informal, cuando hablaba por megafonía parecía que estaba de cachondeo. Al poco de que entrásemos en el avión se puso a contar por megafonía que el aeropuerto estaba hecho un desastre por culpa de la niebla, que había muchos vuelos retrasados y que íbamos a tardar un buen rato en despegar porque había que hacer cola para ocupar la pista. Al final la espera fue menor de una hora. Fue aceptable, porque algunos ya temíamos que se cancelase el vuelo. Esta vez sí que no os puedo decir si hubo turbulencias o no, porque en cuanto me senté me eché a dormir y me desperté poco antes de aterrizar.

La llegada a Madrid la hicimos en la nueva y famosa Terminal 4 de Barajas, que consta de dos edificios de una arquitectura espectacular unidos por un metro subterráneo sin conductor. Antes de coger las maletas hay que pasar de nuevo por aduanas. Cuando le enseñé mi pasaporte al policía nacional me dijo; “Sanxenxo... buena marcha, e?”. Resultó que el chaval era de Vigo. Si es que estamos en todos lados y no nos damos de cuenta.

A pesar de que la Terminal 4 está gobernada por la última tecnología, llevan bastante mal el tema de la devolución de equipajes. En primer lugar, porque hay que hacer a pie un recorrido de casi media hora para llegar a las cintas, y segundo porque, habiendo llegado, te toca esperar el pie de la cinta al menos media hora. Casi siempre me ha pasado que cuando llegan las maletas yo soy de los primeros en recibir las mías. Debe ser porque también soy de los primeros en facturar, porque tengo la manía de que en cuanto piso el aeropuerto me voy pitando a dejar las maletas, aunque falten cinco horas para el vuelo.

Yo viajaba a Santiago de Compostela mediante Sapainair, por lo que tenía que desplazarme hacia la Terminal 2. La Terminal 4 funciona como salida y llegada de vuelos internacionales y de los vuelos de Iberia. Como queda bastante alejada de la parte antigua del aeropuerto, a varios kilómetros, hay que coger un autobús para realizar el trayecto que las separa. En estos momentos me encuentro escribiendo mientras tomo un bocadillo de tortilla en la cafetería “El Trébol” de la Terminal 2, tras haber facturado mi maleta y conseguido mi carta de embarque. Son las 19:30 y hasta las 21:30 no sale mi avión a Santiago. Pasaré el rato con este pan que llevo tanto tiempo sin probar hasta que mi estómago diga “basta”.

Despedida de Nicaragua

El día antes de mi partida tenía pensado irme pronto a dormir para afrontar el viaje con energía, pero los chicos que trabajaban en Amigos de la Tierra decidieron que podíamos salir a cenar todos juntos para despedirme. Fuimos a una pizzería de la zona rosa de Managua que se llama Valentis. Creo que Guille tiene mucha suerte, la gente con la que cuenta son todos unas grandes personas.

El día siguiente, 16 de mayo, me levanté a las 5 de la mañana. De la primera en despedirme fue de Ofelia. Creo que echaré de menos a mi cuñada adoptiva. Después fuimos a la oficina y tras pasar un par de horas allí también me despedí de los chicos. A las 10,30 salimos Guille y yo hacia el aeropuerto de Managua (aeropuerto Augusto César Sandino). No es un aeropuerto muy grande, aproximadamente del tamaño del aeropuerto de Vigo. Ahora mismo están en plena remodelación, por lo que algunas zonas lucen muy bonitas, y sin embargo otras te hacen creer que estás en una estación de autobuses de los años 80. Aquí me tocó despedirme de Guille. Tengo mucho que agradecerle, porque conozco a pocas personas que se hayan portado tan bien conmigo. Antes de llegar a Nicaragua yo no había tenido una relación muy intensa con él, no nos conocíamos demasiado ni teníamos una confianza mucho más allá de la que proporciona haber charlado unas cuantas veces. Yo simplemente era amigo de su hermano. A pesar de eso me trató como si fuera su hermano mismo y me hospedó en su casa como si fuese parte de su familia. No creo que encuentre una manera adecuada de agradecérselo. Lo hizo genial. Cuando llegué aquí era el hermano de uno de mis mejores amigos, pero ahora puedo decir que él es uno de mis mejores amigos. Quizás se pueda decir que tuve un poco de mala suerte al coger una infección de amebas al llegar a Nicaragua, pero para compensar me he encontrado con un grupo de personas maravillosas que no olvidaré. Si leéis esto, gracias a todos; a Guille, a Ofelia, a Freddy, a Marcel, a Diego, a Zaira, a Riqui, a Hilario, a Javi, a Kristina, a los chicos del CIDeS, y a todos los demás que se han cruzado conmigo en esta experiencia.

A la una de la tarde salió mi avión de Managua. Estuve tentado a comprar un montón de recuerdos en las tiendas del aeropuerto, pero no lo hice en ese momento ni tampoco antes porque mi billete no me permitía llevar más de una maleta, y ésta iba repleta.

De nuevo viajaba con American Airlines. Los aviones de esta compañía no son una maravilla, pero en general son bastante mejores que los que yo he visto en Iberia. Al embarcar te dan las famosas hojas de inmigración de los EEUU, esas en las que te preguntan una sarta de tonterías. En la que interroga si eres deficiente mental se la deberían aplicar a sí mismos. En pleno viaje las turbulencias dieron unas buenas sacudidas al avión. A mi lado viajaba una señora que parecía bastante novata en esto de volar, porque en cuanto notó que algo no iba bien se agarró al asiento como si en ello le fuese la vida (eso pensaría ella). Yo también me asusté, pero me puse a pensar que de tantos aviones que cruzan los cielos en el mundo cada día, malo sería que se cayese justamente el mío. Es un razonamiento un poco estúpido, pero a mí me funciona. Después de dos horas y media de vuelo, cuando tomamos tierra, más de uno se presinó (la señora de mi lado entre ellos).

Esta vez Miami no lucía igual de espectacular que hace tres meses y medio. El cielo estaba encapotado, el día era oscuro y llovía intermitentemente, pero no por eso hacía frío. Los policías andaban como siempre, vestidos con sus pantalones cortos. A la llegada al aeropuerto hay que pasar por las oficinas de inmigración. Allí entregas los papeles que cubre en el avión, te toman las huellas digitales y te sacan una fotografía digital con una especie de webcam. Con el fin de hacer el mundo un poco más seguro, a los gringos se les ha ocurrido la feliz idea de que la gente que está en tránsito (como yo), tiene que recoger las maletas. Esto es una tontería, porque las sacas de la cinta, cruzas una puerta, y las vuelves a entregar otra vez para que continúe el viaje. Sólo aquí pasan estas cosas.

Cuando conseguí mi carta de embarque y localicé la puerta que me correspondía me dediqué a comerme un bocadillo en un banco de la calle. Cuando lo fui a comprar me asaltó la duda de si sería capaz de pronunciar correctamente en inglés el nombre del bocadillo que se anunciaba en los carteles del restaurante de comida rápida. Cuando me di cuenta de que el camarero que recogía los pedidos charlaba en Castellano con su compañero se me disiparon las dudas.

A la hora de la salida pasé por el escáner. Como son americanos, no les valía un escáner normal, como los que hay en el resto del mundo. El suyo es una especie de cabina de teléfonos donde te metes y te echan chorros de aire por todos lados. Delante de mí iba una pareja mayor y ambos parecían bastante despistados. El policía de aduanas se estaba empezando a desesperar con ellos porque les estaba pidiendo los tickets de embarque y ellos sólo le daban los pasaportes. Estaban más perdidos que un pulpo en una gasolinera. No pude evitar una sonrisita cuando el marido le dijo a la mujer: “Deixa a chaqueta, coño, e busca o que che pide”. Si es que estamos en todos lados...

La salida de Miami fue de noche. Esta vez sí que estaba espectacular con sus grandes rascacielos alumbrados. Como la última vez que crucé el Atlántico, volvimos a volar en un Boeing 747 de British Airways. Es una bestialidad de aparato, con dos pisos. Todos los asientos tienen su propia televisión. Hay 15 canales, todos ellos con buenas películas. Es una lástima que no se hayan molestado en poner ni uno solo en versión española. L@s azafat@s son muy atentos, pero de Español, ni papa. A diferencia con Iberia, aquí te sirven bebidas a todas horas y las comidas son comestibles. Yo pedí un poco de lasaña, pero aquello era una bomba de relojería para mi estómago. A pesar de que tenía hambre, tuve que abandonarla a medio camino porque sabía que más tarde tendría problemas.

Durante este viaje también hubo bastantes turbulencias, más de uno se regó su asiento y a sí mismo con la taza de café que le acababan de servir. Yo estaba tan cansado que a pesar del meneo me quedé dormido.

jueves, mayo 18, 2006

Montelimar beach




Mi tiempo en Nicaragua se acaba. No han sido ni cuatro meses, pero para mí han supuesto una vivencia intensa. Guille, Ofelia y yo decidimos que había que festejar de alguna manera esta experiencia, así que se nos ocurrió disfrutar de unas microvacaciones en Montelimar Beach, el hotel de la cadena mallorquina Barceló que está situado en la playa de Montelimar, en la costa pacífica de Nicaragua. De este modo, matábamos dos pájaros de un tiro, ya que Guille y Ofelia necesitaban un pequeño descanso en sus trabajos.


Montelimar es el típico hotel del Caribe (con la salvedad de que no está en el Caribe, sino en el Pacífico) hecho para turistas extranjeros. La empresa promotora compró un terreno de bosque casi virgen, limítrofe con una playa casi desierta. Es un área cercada, por lo que no es posible acceder a dentro del recinto ni al arenal si no eres cliente del hotel.


Nuestra estancia fue de sólo un día, del sábado al domingo, debido a que no disponíamos de mucho más tiempo y dos días se nos escapaban un poco del presupuesto. Lo bueno era que cuantas más personas fuesen, más se reducía el precio. Al ser tres adultos, un niño y un bebé, con régimen de “todo incluido”, nos cobraron 60 dólares a cada uno de los mayores y 27 dólares por Carlitos. El precio por noche varía bastante a lo largo del año, pudiendo pasar de 40 dólares a más de 100, dependiendo del la época del año y de si es un periodo vacacional, y por supuesto, de si es fin de semana.

Cuando haces la entrada te colocan una pulserita verde que no te puedes sacar durante tu estancia. Esa pulsera te da derecho a realizar todas las consumiciones que quieras y acceder a todos los servicios dentro del hotel. Yo creo que el precio está bastante bien, porque incluye todas las

comidas desde las 12 de la mañana del sábado hasta las 3 de la tarde del domingo. Durante todo el tiempo intermedio puedes consumir lo que quieras a cualquier hora. Distribuidos por todo el recinto del hotel hay varias cafeterías y bares que ofrecen gratuitamente cualquier bebida y gran variedad de comidas. El desayuno, el almuerzo y la cena se hacen en un comedor con servicio de buffet. Yo pensé que al ser un buffet la comida no sería de mucha calidad, pero nada más lejos de la realidad, porque la calidad y la variedad eran excelentes. Las comidas se convertían en un verdadero problema, porque era dificilísimo hacer una elección. Yo opté por coger un plato grande y hacer variada recopilación, en pequeñas porciones, de todo lo que se mostraba apetecible. En casos como este uno se arrepiente de no tener un estómago de gran capacidad. Si Juan Luis me hubiese acompañado...

La pulsera verde también te capacita para poder acceder a otro tipo de servicios en el hotel, además del de la comida, como son la participación en las actividades de animación que organizan (partidos de voleyball, clases de aerobic, juegos, etc.) y el disfrute de varios deportes (bicicletas, tablas de surf, kayak de mar, minigolf, ping-pong, billares, tiro con arco, etc.). Por la noche organizan shows, en los que un individuo anima a la gente y un ballete hace coreografías, todo al más puro estilo “programa de José Luis Moreno”. Es un entretenimiento familiar. Para los que se quedan hasta más tarde, hay una orquesta que toca salsa y merengue. A última hora de la noche un DJ entretiene a los que tardan más en irse a dormir con temas de reagetón. Como Guille y Ofelia viajaron con los niños se fueron pronto a dormir. Yo decidí ir a investigar el ambiente nocturno en las instalaciones, así que me colé en medio de la gente que asistía a estos espectáculos. Fue una pena que no hubiese viajado con nosotros Marcel (al principio la idea era que nos acompañase, pero a última hora nos comunicaron que no había más plazas), porque así podría haberme hechocompañía en la salida de noche. Me limité a sentarme en una silla con un “Flor de caña” en la mano, desempeñando el papel de observador internacional.



Hay un edificio grande en el que se encuentran las habitaciones más pequeñas. El resto de las habitaciones se encuentran distribuidas en bungalows repartidos por todo el recinto.

Estos bungalows son como pequeñas casitas con todas las comodidades, desde aire acondicionado hasta televisión por cable, pasando por tabla de planchar. Todas se encuentran a escasos metros de la playa. La nuestra estaba bien posicionada, a 200 metros del comedor, a 100 metros de la piscina y del jacuzzi y a menos de 100 de la playa. Las palmeras que hay entre las habitaciones y el arenal tienen muchas hamacas para tumbarse a descansar.

El hotel cuenta con una mega-piscina que tiene un bar en el medio, al que sólo se puede llegar atravesando el agua. En ese sentido no tuvimos demasiada suerte, porque cuando nosotros llegamos estaba de remodelación. A parte de la piscina principal había un jacuzzi gigante, una piscina pequeña y una piscina para niños. También puedes ir a la playa. En esta época del año los precios del hotel son relativamente bajos, por lo que los turistas procedentes de otros países centroamericanos (Honduras, El Salvador, Costa Rica...) aprovechan estas fechas para acercarse a Montelimar. Esta gente no disfruta de la playa al igual que nosotros, pasan poco tiempo en ella y, evidentemente, no se tumban a tomar el sol.

La playa es enorme, calculo que puede medir unos tres kilómetros, ocupando a lo largo todo el territorio del hotel. Los clientes se hacen escasos para una extensión tan grande (acostumbrados a ver las playas españolas abarrotadas en verano) y parece que está casi desierta. El agua está caliente y hay unas buenas olas. Cuando Guille y yo fuimos, los vigilantes tenían puesta la bandera roja, pero, como otra gente, nos bañamos sin arriesgar demasiado.








El océano Pacífico tiene un nombre poco conveniente, porque puede ser cualquier cosa menos pacífico. Yo me metí a nadar sumergiéndome por debajo de las olas, pero cuando miré hacia atrás vi que la corriente me había desplazado unos 200 metros de mi punto de partida. La situación me puso un poco nervioso, porque al intentar volver al punto donde me había metido, la corriente me arrastraba en dirección contraria. Menos mal que uno es buen nadador (jeje) y ha ido a tres o cuatro clases de natación... No fue una situación peligrosa ni mucho menos, pero estuvo bien para darse cuenta de que había que andar con ojo.

En un sitio como este no llega el tiempo para aburrirse. A todas horas hay actividades de animación. Nosotros nos entretuvimos jugando al minigolf y paseando por la playa. Realmente, fue una experiencia muy recomendable.





viernes, mayo 12, 2006

Adios, Somoto

Ya ha llegado el último día en Somoto. Finalmente no he salido hacia Managua el jueves 11, sino el viernes 12, por dos razones:

La primera es que dos trabajadores del CIDeS tenían una reunión en la oficina de Amigos de la Tierra con Guillermo, por lo tanto, Freddy y yo aprovechamos que ellos viajaban en el todoterreno para acompañarlos y ahorrarnos el autobús. La otra razón para viajar el viernes por la mañana en vez del jueves por la noche era que ya no necesitaba estar a primera hora en Managua. Y es que ya he dicho que las cosas aquí funcionan de “aquella manera”. El miércoles llamé al hospital Metropolitano para hablar con mi doctor, Jorge Gutiérrez, quería recordarle que para nuestra cita del viernes tuviese listo un informe de mis exámenes médicos. La secretaria me dijo que no podía hablar con él porque estaba en el extranjero y no volvería hasta el domingo. Así es qué, me acababa de enterar de que ya no tenía cita con el médico. Fue todo un detalle haberme avisado.

Algo parecido me pasó con mi vuelo de vuelta a casa. Aquí la gente no se ha acostumbrado demasiado al cambio de horario. A veces, cuando quedas con alguien a una hora te pregunta si es por la hora vieja o por la hora nueva (y eso que ya han pasado dos semanas). Debido a eso, decidí comprobar que mi avión a Miami mantenía el horario previsto. Haber llamado resultó todo un acierto, porque sí que cambiaron la hora. Lo curioso fue que no retrasaron el vuelo una hora, sino dos. Como en el caso del hospital, fue todo un detalle que se hubiesen molestado en avisarme.


Freddy y yo celebramos mi último día en Somoto con una tortilla española y una clara de cerveza. Para él fue todo un descubrimiento el mezclar la cerveza con gaseosa. Estoy españolizando a este hombre. Creo que está un poco triste por mi marcha. En Somoto no hay demasiado que hacer, y si, aún encima, vives solo, las tardes solitarias se hacen eternas, sobre todo si vives en el mismo lugar que trabajas. Hemos tenido una gran amistad estos meses y los dos hemos aprendido mucho el uno del otro; este Freddy es un gran
tipo. Lo echaré de menos.

Al día siguiente amanecimos a las 5 y nos preparamos para la salida. Fue un gran reto conseguir cerrar la maleta con todo lo que tenía que meter en ella. Además de lo que traje debía cargar con varios libros que había fotocopiado para mi proyecto. Tuve que regalar algunas camisetas y un pantalón para que el espacio fuera suficiente. Ya contaba con deshacerme de alguna ropa cuando salí de mi casa, pero es a la ropa vieja a la que le tengo más apego. Además, la ropa vieja siempre hace falta.

Sobre las 6.30 salimos de camino a Managua en el todoterreno de la Alcaldía de Somoto. Viajábamos 5 personas en el vehículo, incluido el chofer. Yo iba en la parte de atrás y al poco rato de salir empecé a oír un ruido extraño. No le di demasiada importancia, ya que el todoterreno está medio destrozado, hace años que acabó su vida útil estimada y pide a gritos un reemplazo. Supuse que sería alguna chapa un poco floja. A medida que pasaba el tiempo el ruido era más frecuente. Cuando se hizo evidente que algo no iba bien, el conductor estacionó a un lado de la carretera. Todos bajamos y pudimos comprobar como una de las ruedas de atrás estaba prácticamente suelta, las tuercas que sujetaban la llanta estaban aflojadas hasta el extremo del perno y a punto de caerse. A los cinco se nos quedó la cara a cuadros al comprobar la situación. Un par de kilómetros más y no lo contamos. El conductor levantó el coche con el gato y apretó las tuercas todo lo que pudo. Según él, la rueda se había aflojado por sobrecargar el todoterreno el día anterior con un reparto de plantas de café. Dijo que ya estaba todo bien y que por tanto podríamos continuar nuestro camino. Todos nos subimos un poco desconfiados. Previamente al incidente viajábamos charlando para hacer más ameno el camino, pero después de lo sucedido todos manteníamos un absoluto silencio. El conductor reorientó su retrovisor hacia la rueda trasera para tenerla controlada con el rabillo del ojo mientras conducía. El resto no quitábamos ojo al conductor para comprobar con qué asiduidad miraba hacia la rueda.

Como es habitual en estas carreteras, tuvimos un par de sustos antes de llegar a nuestro destino; primero casi nos comemos a un coche que adelantaba en plena curva y después casi hacemos lo propio con un trailer que avanzaba hacia nosotros a la par de un autobús, pero tuvimos la suerte de tener un carril supletorio hacia el que desviarnos. Hay conductores en Nicaragua que se piensan que conducen por Inglaterra, porque pasan más tiempo en el carril de la izquierda que en el de la derecha.

Aquí acaba mi experiencia somoteña. Ya falta menos para llegar a Galicia. Sólo me quedan cuatro días en Nicaragua.

Adiós, Somoto.

martes, mayo 09, 2006

Recta final

Ya ha empezado la recta final de mi estancia en Somoto. El jueves 11 de mayo emigro de este bendito pueblo. Los que me conocen aquí dicen se me ilumina la cara cuando sale a conversación los pocos días que me quedan. Lo cierto es que no se equivocan cuando dicen que tengo ganas de irme.

Somoto no es un sitio que esté del todo mal, hasta se le puede coger cariño, pero las circunstancias han hecho que no asocie este lugar con una buena experiencia.

Yo lo comparo con la siguiente situación:

Si te invitan a dar un paseo en barco, y nunca has navegado, es posible que te marees. Eso hace que no disfrutes del viaje y que asocies, a partir de ese momento, el navegar con una mala experiencia. Sería una tontería decir que no volverías jamás a montar en barco porque te mareaste una vez, pero siempre guardarás esa conexión…

No sé que impresión se habrá llevado la persona que haya leído lo que escribí en relación a la temporada que estuve enfermo, pero no exagero si digo que la experiencia me ha marcado. Inevitablemente no consigo desligar la imagen de este pueblo de la idea de haber pasado una temporada fatal. Ya, para mí, es todo la misma cosa. Hay otros motivos a parte de la enfermedad que me empujan a darle un calificación negativa a Somoto, como pueden ser los problemas en mi proyecto, las dificultades con la comida, el calor (es que yo soy más de frío), las cucarachas, etc. Por cierto, el otro día había una cucaracha en mi cama que era tan grande, que si la oigo ladrar diría que es un perro. Además, aquí no hay nada que hacer. ¿Por qué creéis que la gente tiene tantos hijos?. Porque se aburren tanto, que hay que pasar el tiempo de alguna manera y dormir en la hamaca es la segunda opción. Aquí os dejo la foto del vigilante del CIDeS, al que la primera opción se le muestra complicada en horas de trabajo.

Ya he pasado más de tres meses aquí y nunca he explicado qué es lo que hago yo en estas tierras. Creo que ya van siendo horas, ¿no?.

En primer lugar, tengo que decir que la cuestión de hacer mi proyecto de fin de carrera en Nicaragua, era simplemente la excusa para conocer otro país. Normalmente este tipo de proyectos tardan en hacerse bastante más de tres meses. El mío resultará bastante más informal de lo que debería ser, pero confío en que el hecho de haberlo hecho en esta situación, y casi sin ayuda por parte de un tutor, pueda compensar su simplicidad, por lo menos a ojos de los evaluadores del tribunal.

Si el hecho de que disponía de poco tiempo y carecía de la orientación de un tutor, no era suficiente, llegué a Nicaragua sin tener demasiado claro en qué iba a consistir mi proyecto. Supuse que podría improvisar algo sobre la marcha.

La primera idea fue hacer un censo de las obras de conservación de suelos que existían en la subcuenca Aguas Calientes, que se ubica dentro del municipio de Somoto (obras de conservación de suelos son construcciones que ayudan a retener el suelo y el agua, como pueden ser las terrazas de banco o las barreras vivas de árboles). Somoto padece una importante sequía durante los meses de verano (de febrero a mayo), y las obras de conservación de suelos ayudan a que se infiltre agua en el suelo para que se recarguen los acuíferos en invierno. Mi misión consistiría en averiguar quién realizaba las obras de conservación de suelos así como su calidad. Posteriormente la población de Somoto, mediante un pequeño incremento en la factura del agua, compensaría económicamente a esta gente. La idea era buena, pero implicaba que me tenía que recorrer toda la subcuenca Aguas Calientes, de cabo a rabo. El problema era que la Subcuenca mide 47Km2. No sé si os hacéis una idea de cuanto es eso, pero confiar en mí cuando os digo que en tres meses no da tiempo a recorrerla toda.

Fue entonces cuando decidí cambiar de estrategia y pensé en realizar un mapa de riesgo de erosión de suelos. Un suelo erosionado es aquel que ha perdido su capa fértil debido a su exposición a las lluvias o a los vientos, volviéndose improductivo. La erosión es un grave problema en Somoto, ya que los agricultores arrasan los bosques para dedicarlos a la agricultura, dejando el suelo sin su cobertura natural que los protege de la climatología. La metodología consistía en utilizar una ecuación en la que se combinasen los efectos de la lluvia, del porcentaje de pendiente, de la cobertura vegetal, del tipo de suelo, etc. y mediante un programa informático sacar un mapa que nos dijese qué terrenos había que proteger para evitar que se degradasen. Tuve dos problemas; el primero fue la falta de información (no encontré los suficientes registros para completar los factores necesarios), y el segundo fue que escogí un programa informático que, una de dos, o no estaba diseñado para hacer lo que yo pretendía, o yo no sabía hacerlo. Así es que, abandoné también esta idea.

El tiempo cada vez era más escaso. Me tuve que poner las pilas para pensar en algo rápido y útil. Como tenía bastantes libros sobre obras de conservación de suelos, decidí hacer un proyecto llamado “GUÍA PRÁCTICA DE METODOLOGÍAS DE CONSERVACIÓN DE SUELOS EN PARCELAS AGRÍCOLAS DE LA SUBCUENCA AGUAS CALIENTES, NICARAGUA”. El nombre es largo, pero la idea es sencilla. Consiste en hacer una guía que ayude a seleccionar cual es la mejor obra de conservación de suelos a aplicar en las fincas de la Subcuenca, dependiendo de las condiciones de la finca y de las posibilidades del agricultor. Me quedan 3 días en Somoto y estoy a punto de finalizarlo. No es un proyecto muy científico, pero por lo menos creo que es útil.

Lo que sale en la foto es lo que se pretende evitar, que los agricultores dejen los campos como si hubiese caido una bomba nuclear en ellos.


Un nuevo cristiano sobre el sol

Yo pensaba pasar de continuo hasta el 11 de mayo en Somoto, pero el viernes 28 por la noche recibí una llamada imprevista. Era Ofelia, la mujer de Guille, que me invitaba al bautismo de Yalí (su hijo de un año) el domingo 30. Lo cierto es que me daba un poco de pereza levantarme a las 4.30de la mañana del día siguiente para recorrer los 200 y pico kilómetros hasta Managua, pero estaba seguro que lo pasaría mejor allí, que estando solo en el CIDeS todo el puente del primero de mayo.

El sábado me levanté a trancas y a barrancas, me duché, desayuné y fui directo a la estación de autobuses para coger el que salía a las 6,15. Siendo sábado, me imaginé que iría prácticamente solo en el autobús, pero nada más lejos de la realidad. Como es habitual estaba el revisor gritando “¡¡¡Managua!!!”. Bueno, no, en realidad no dice eso, dice algo así como “¡¡¡¡¡¡¡¡¡Menneeeeeeeggggguuaaaaaaaaaaaaaaaaa!!!!!!!!!”. A mí ya me pareció raro el hecho de que a la entrada dijesen; “pasen, pasen, va vacío” y cuando subí las escaleras me encontré con que únicamente había un par de asientos libres. La explicación es que para el revisor, va vacío quiere decir que no va hiperlleno. El autobús salió de la estación al completo y empezó a recoger gente en las paradas. Al cabo de una hora, el interior de aquel autobús era una imagen dantesca de gente amontonada que luchaba por buscar un sitio en el que respirar bajo la axila de individuo que tenía al lado. Si Amnistía Internacional tuviera constancia de esto, habría denunciado a la empresa de transportes por trato inhumano a sus pasajeros. De hecho, había tanto contacto físico que seguramente salieron del autobús más personas de las que entraron.

A mi llegada a la capital, cogí un taxi y me dirigí a la oficina de Amigos de la Tierra, donde pasé el rato hasta que llegó para recogerme Guille junto con el padrino de Yalí. El padrino era un amigo de Guille, de 60 años, Salvadoreño, y colega de profesión. Dirige una fundación para la protección ambiental del río Lempa, en El Salvador. Este hombre es una persona bastante peculiar, fue un alto cargo de la Guerrilla Salvadoreña (FMLN; Frente Movimiento de Liberación Nacional) durante la guerra de ese país. Una guerra de tantas que han arrasado América Latina durante los años 80 con la inestimable ayuda de los sucesivos gobiernos Norteamericanos. Parece ser que este hombre tuvo un puesto relevante en el conflicto. No voy a contar mucho sobre la guerra en El Salvador, sobre todo porque no estoy muy informado, pero si queréis ver una buena película sobre el tema os recomiendo “Voces Inocentes”.

El resto del día lo pasamos haciendo los preparativos para el bautismo, comiendo pizza en un italiano y yendo de compras.

Al día siguiente, domingo, tocaba cambio de hora. Se reunió el Presidente con unos ministros, y de la noche a la mañana, se les dio por hacer el cambio. Como las cosas funcionan de “aquella manera”, casi nadie se enteró, y de los que se enteraron, a algunos se les olvidó cambiar el reloj, por lo que llegamos tarde a la cita con el cura. No fuimos los únicos, también llegó tarde el cuar, y de 30 invitados que éramos, por lo menos 20 llegaron una hora después de lo previsto. La ceremonia era en la capilla de la UCA (Universidad Centroamericana). No sé si os habréis dado cuenta, pero aquí les encanta utilizar las siglas. Los ministerios, no se llaman “Ministerio de tal cosa”, sino que se llaman MAGFOR, MARENA, MINSA, etc. Volviendo al tema, el lugar elegido para el bautizo fue una capilla de la universidad en la que estudió Ofelia. Allí nos recibió un viejecito bastante peculiar que resultó ser el sacerdote. Se notaba a primera vista que este cura no era como los demás. Se trataba de un jesuita vasco, de 90 años, que había llegado con una misión a Nicaragua hace varias décadas. Tuve la oportunidad de hablar un rato con él: me contó que había estudiado Ingeniería mecánica en Madrid. Luego había vivido en China, donde aprendió Chino Mandarín. También hablaba perfectamente Alemán e Inglés. Cuando llegó a Nicaragua empezó a dar clase de Ingeniería en la UCA, pero más tarde decidió cambiarse de campo y centrarse en la Ecología, concretamente en Malacología (estudio de los moluscos). Freddy fue alumno del padre Adolfo de la Fuente (así es como se llama), y me comentó que este hombre viaja tres meses de cada año Los Ángeles para sacar fotografías de micromoluscos con microscopio electrónico. Charlando con el Padre, comentó que en unos días viajaría a la isla de Ometepe para hacer un estudio con un grupo estadounidense de Nacional Geographic. Este hombre me dejó totalmente impactado, porque, a parte de los conocimientos que tenía, físicamente se conservaba en pleno estado de forma e irradiaba una sencillez impresionante en una persona con tal cantidad de vivencias y sabiduría. Creo que ha habido pocas personas que hayan conocido al padre Adolfo y no se les haya pasado por la cabeza… “Ojalá llegue yo a los 90 años con esa vitalidad”

Antes de iniciar el bautismo, el cura, se presentó a cada uno de los invitados e hizo algunas bromas. Seguidamente pasó un buen rato explicando en qué consistía la ceremonia del bautismo, cuales eran sus pasos y el por qué de cada uno de ellos. Consiguió hacer el tema digno de mi interés. Después dio paso a la misa. Ni tan siquiera se cambió la ropa, conservó su pantalón y su camisa y se puso la cinta característica de los sacerdotes en la misa por detrás del cuello. La sencillez del oficio me dejó impresionado. Básicamente se redujo a los pasos mínimos imprescindibles. Me hizo mucha gracia cuando dijo; “bueno, ahora en este punto tocaba rezar unos cánticos, pero como no tenemos coro y no cantamos muy bien, este paso nos lo saltamos”.

Yo, particularmente, creo que la Iglesia Católica tiene dos opciones, renovarse o desaparecer, y pienso que si todos los curas fuesen como el padre Adolfo, la Iglesia podría sobrevivir. Por lo que tengo entendido, los Jesuitas son una orden religiosa, generalmente dedicada a la enseñanza, compuesta por hombres instruidos en diversas materias, sobre todo en ciencias, que proponen una forma más moderna de vivir el Cristianismo, mucho más flexible y menos ortodoxa. Gracias a esta forma de vivir el cristianismo, los Jesuitas se han ganado la desconfianza de la parte fuerte de la Iglesia (los jefecillos del Vaticano), que los denominan “Los enanos cabezones”, ya que según ellos tienen mucho intelecto y poco espíritu.

Finalizado el bautismo, nos dirigimos a celebrarlo a un conocido restaurante que quedaba cerca de la Universidad. Es curioso que a medio mundo de distancia los Cristianos sigamos empeñándonos en celebrar los actos religiosos con comilonas. ¿Será cuestión de la religión o de la cultura de la comida que expandieron los españoles en la conquista?. El local elegido se llamaba Marea Alta, y es uno de los pocos lugares de toda la ciudad donde se puede comer pescado (una opción exclusiva a un precio exclusivo). Está decorado con un ambiente claramente marítimo, y nada más entrar te puedes encontrar una nevera en la que están expuestos algunos mariscos al más puro estilo “restaurante de zona vieja de Santiago de Compostela”. El lugar donde se ubica el restaurante se llama La Zona Rosa de Managua, que es el barrio de más glamour de toda la ciudad. Se puede decir que es la zona fresa (aquí a los pijos les llaman fresas).






El menú consistía en una curvina que podía ser empanada o al ajillo. Yo la pedí al ajillo, y no sé si era porque hacía mucho tiempo que no comía un pescado de verdad o porque estaba bien preparado, pero me supo a gloria.

La comilona no duró demasiado, y al cabo de un par de horas los invitados empezaron a irse. Yo decidí quedarme con Marcel para dar una vuelta por la ciudad y tomar algo en un bar. Aprovechando que estábamos en la zona rosa fuimos a un local que tenía muy buena pinta. El sitio era bonito, pero el precio de las consumiciones era totalmente del primer mundo. En la factura te incluyen el IVA (16%) y la propina voluntaria (entorno a un 10%).

Luego nos dirigimos a un centro comercial. Está claro que este tipo de sitios están diseñados para los cheles, los fresas y los extranjeros, porque el 90% de la población nicaragüense no se atrevería ni a asomar la cabeza puertas a dentro de estas instalaciones. Charlando de todo un poco, Marcel me comentó que a él nunca le habían gustado los centros comerciales, pero desde que vivió en Cali (Colombia), les había cogido cariño, porque era uno de los pocos lugares por los que se podía pasear tranquilo.Yo tenía pensado aprovechar la estancia en el centro comercial para así poder comprarle algún detalle a Ofelia y a Guille por haberme invitado al bautizo, y de paso, en agradecimiento por el trato tan hospitalario con el que me alojaban en su casa. Di en el clavo cuando me encontré con una tienda de Pórtico. Para el que no lo sepa, Pórtico es una cadena pontevedresa de tiendas de artículos para el hogar. Me pareció bastante raro que Pórtico tuviese una tienda en Managua y Zara, por ejemplo, no. Dicen que en Costa Rica y en otros países de Latinoamérica sí que hay tiendas de Zara, pero no se consideran tiendas de ropa barata, sino todo lo contrario.

El caso es que al meterme en Pórtico ya estaba como en casa, así que no me costó demasiado trabajo encontrar lo que buscaba. Al final opté por un reloj de cocina y un juego de platos.

El día fue bastante intenso, porque, ya que estábamos cerca de la Catedral de Managua aproveché para echarle un vistazo. Es una obra arquitectónica bastante peculiar. Os dejo unas fotos para que vosotros mismos juzguéis hasta que punto el modernismo tiene alguna relación con la belleza. Lo que más me sorprendió de la construcción fue una pequeña capilla situada a un lateral. Es una especie de refugio nuclear donde hay un Cristo dentro de una vitrina circular. Valió la pena entrar a verlo.







Cuando ya empezaba a caer la noche decidí despedirme de Marcel y cogí un taxi para regresar a casa de Guille. Al principio me pidió 80 córdobas (es que está bastante lejos) pero conseguí que me lo dejase en 70. De camino se me dio por sacar tema de conversación y le pregunté al taxista cuanto tiempo llevaba en el oficio. El hombre empezó a hablar, hablar y hablar y acabó contándome su vida. Empezó contando que había sido cabo del Frente Sandinista en la Guerra. Cuando acabó la Guerra trabajó como administrativo, pero al quedarse sin trabajo tuvo que pasarse al taxi. Por lo general, en Nicaragua, los taxistas no son dueños de sus propios vehículos. Lo más habitual es alquilarlo diariamente a una cooperativa (que de cooperativa no tiene nada, porque son de un tío solo), pagar la gasolina que consumen, y llevar a cuantos más clientes mejor. Luego siguió con el tema preferido de conversación del país; que si la política está muy mal, que si mucha corrupción, que si demasiada natalidad… llegados a este punto, te encuentras dos clases de personas; los religiosos que dicen que la excesiva natalidad se debe a que la gente peca demasiado, y los no religiosos (como mi taxista), que dicen que la Iglesia tiene la culpa por fomentar que las familias tengan hijos. El hombre me contó que en estos días su hija estaba viajando de mojada hacia los Estados Unidos. Todas estas historias me llegaron a emocionar. Es el mismo cuento que se repite una y otra vez en estos países, pero escuchada de primera mano impacta mucho más.

Eran las 7 en punto de la tarde y el sol se acababa de poner (todo el año se pone a las 6, pero ya os dije que ese día hubo cambio de hora), pero todavía había suficiente luz en la carretera. El taxi llevaba puestas las luces de posición, pero no las de corto alcance. Pasamos al lado de un control de la Policía y nos mandaron parar. Evidentemente, esto a los taxistas les molesta bastante, porque su taxi es alquilado y el tiempo perdido es dinero perdido. Le pidieron todos los papeles habidos y por haber, y cuando comprobaron que estaba todo en regla, el agente, le dijo: “Le voy a tener que multar, por andar de noche sin las luces puestas”. Por una parte, no era de noche, y por otra, el coche no traía las luces apagadas. Tras un buen rato suplicando, el Policía se hizo el generoso, diciendo que le iba a rebajar la multa a la mitad por llevar puestas las luces de posición. Sólo le iba a cobrar 150 córdobas. ¿En dónde se ha visto que te pongan media multa?. Este policía tenía más cara que espalda y sólo le faltó pedirle el soborno directamente. Mi taxista aguantó bien el tipo y empezó a hablarle del Frente Sandinista. Yo estuve tentado a abrir la boca para defender al pobre hombre, pero pensé que sería mejor estar callado porque en ese momento no llevaba conmigo ni el pasaporte ni ningún tipo de identificación, y si el policía, quería podía amargarme la tarde. Finalmente hubo suerte, el estafador desistió de su intento y nos dejó marchar.

Si hay una cosa importante que me llevo de Nicaragua es haber conocido a mucha gente interesante. En días como este, donde conoces a un taxista que representa la situación de América Latina, a un exguerrillero y a un jesuita bastante peculiar, te sientes como si hubieses participado en un ciclo de conferencias destinadas al crecimiento personal.

jueves, mayo 04, 2006

El Cañón de Somoto



Ya había comentado hace tiempo que cerca de Somoto existía un lugar llamado “El Cañón” donde el cauce de un río (el río Coco) discurre por una falla abierta entre dos paredes enormes que superan los 50m de altura. Esta formación geológica lleva miles de años ahí (evidentemente), pero ha sido en los últimos dos años cuando se ha empezado a considerar la zona como lugar de interés turístico. El motivo fue que en el 2.004 un grupo de geólogos checos vinieron por aquí para hacer un estudio sobre el riesgo sísmico de Somoto. Los aldeanos y habitantes del lugar ya conocían el Cañón desde siempre, pero fueron los expertos los que le dieron fama al lugar, ya que consideraron que era una formación de espectacular singularidad.

Aprovechando que yo soy semi-residente en Somoto, Marcel se acercó un fin de semana al pueblo para visitar el Cañón con un par de amigos vascos, Javier y Kristina. Estos dos chicos trabajan en el PNUD (Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo). Fueron compañeros de Marcel en un master realizado en Bilbao sobre cooperación internacional. Ellos dos accedieron a una beca del Gobierno Vasco para trabajar para las Naciones Unidas en Nicaragua y les ofrecieron la posibilidad de quedarse en el puesto. No me ha quedado muy claro todavía el porqué, pero es generalizado que la gente que trabaja en cooperación para organismos oficiales se manifiesta poco satisfecha con su labor. Todos dicen que preferirían trabajar en ONGs, pero la pela, es la pela. Debe ser que algo se está haciendo mal desde este tipo de instituciones. También es cierto que en este mundillo, en general, reina la idea colectiva de que la cooperación internacional funciona deficientemente. Se podría decir que, visto desde dentro, hay un descontento generalizado. Mi opinión personal también va en ese sentido. Ver como funcionan estas cosas sobre el terreno es un poco desmotivante. La ayuda al tercer mundo, o mejor dicho, la forma en la que se lleva a cabo la ayuda al tercer mundo, es un tema muy criticable. No seré yo el que se dedique a hacer esa crítica, porque se podría decir que yo conozco esto desde ayer. A pesar de eso ya tengo muy claro que esto no funciona como debería.

Es curioso el hecho de que cuando se juntan varias personas que trabajan en cooperación (oficial o no) siempre acaba saliendo el mismo tema de conversación; “qué mal funciona este país”. Por lo general alguien empieza quejándose de algo que no le gusta y al final todos contribuyen a criticar la vida nicaragüense de la forma más descarnada. Se empieza por la política, se sigue por la corrupción, y se acaba hablando de cualquier aspecto de la personalidad de los nicaragüenses o de su vida cotidiana; que si se va la luz cuando llueve, que si un día de cada dos no me puedo duchar porque cortan el agua, que si las tiendas abren y cierran cuando les da la gana, que si todo el mundo te intenta estafar, que si los hombres nicas son vagos, borrachos y machistas, que si la población tiene doble moral, etc. Al final de la conversación, cuando todos se han desahogado de la rabia contenida a cerca de las cosas que odian, uno a uno aclaran, que, de todos modos, le gusta vivir en este país.

Marcel y sus amigos tenían pensado venir un viernes para quedarse hasta el domingo, pero yo les advertí que en Somoto la oferta de ocio los fines de semana era muy, muy limitada, así que decidieron venir el sábado por la mañana. La idea era comer temprano y luego desplazarse hacia el lugar. Fuimos a un restaurante que queda cerca del CIDeS, llamado “El Somoteño”, al pie de la carretera Panamericana. En los restaurantes de pueblo la variedad suele ser bastante limitada, incluidos los que tienen carta, y dentro de la poca variedad, se da por supuesto que todos los platos deben llevar carne (excepto el gallopinto). Si a mí me parece complicado elegir comida (aunque casi siempre acabo optando por el pollo a la plancha), para Marcel, Javi y Kristina se presenta bastante más difícil, porque los tres son vegetarianos (aunque Kristina está intentando reinsertarse a la sociedad carnívora). El camarero les miró con una cara rara cuando le pidieron tres platos de ensalada con arroz y huevos revueltos. Estuvimos más de una hora esperando por la comida.

Cuando salimos del restaurante ya se nos había hecho un poco tarde para iniciar el viaje hacia el cañón, así que decidimos posponerlo hasta el día siguiente. Pasamos la tarde del sábado dando vueltas por el pueblo, comiendo helados y echando unas partidas al billar. El billar goza de una buena afición por estar tierras. Hay un par de locales con mesas, en las que jugar una partida te cuesta 2 pesos (10 céntimos de euro). Por las tardes siempre hay una gran cantidad de hombres jugando. Las mesas no son una maravilla, no suelen estar muy cuidadas, todas las varas están torcidas y los tapetes son más marrones que verdes, por el polvo. Además, las troneras son enormes y es demasiado fácil meter bolas. Estas mesas son una alegoría de los propios nicas.

Esa noche dormimos los cuatro repartidos entre mi cama y la de Freddy. Por la mañana preparamos un buen desayuno, y nos pusimos camino del cañón. Kristina había traído su Suzuki Vitara, ya que para llegar al lugar era imprescindible contar con un todoterreno. La última vez que intenté ir al lugar con los chicos del CIDeS nos quedamos embarrancados en la arena, así que esta vez fuimos por otro camino que se suponía más seguro. Salimos de la carretera principal y nos adentramos por una zona bastante tortuosa hasta que llegamos al cauce del río. Lo cruzamos y seguimos por la arena. Nos volvimos a quedar embarrancados, pero esta vez, empujando un poco y con la ayuda de la tracción 4x4 conseguimos sacarlo. Para no arriesgar mucho, dejamos el vehículo aparcado en un sitio seguro y decidimos ir hasta la entrada del cañón a pie. Otros turistas nos encontraron de camino y nos invitaron a ir hasta el lugar en la tina de su pick up.

Como ya dije, yo nunca había ido al lugar, así que no me hacía una idea demasiado exacta de lo que nos íbamos a encontrar. Al menos, se me ocurrió llevar bañador y chanclas, cosa que Marcel no hizo, porque se vino con vaqueros, pensando que el recorrido era básicamente una ruta de senderismo.

Cuando llegamos a la entrada, donde se empezaba constreñir el río y las paredes que lo encauzaban crecían, nos encontramos con un ranchito de palmas bajo el que descansaban unos cuantos hombres. Nos contaron como funcionaba la logística turística: en primer lugar, había que pagar entrada. Lo curioso es que no se sabía para quien era el dinero porque se supone que el Cañón es terreno público. Pero por 5 pesos no es cuestión de protestar. Luego nos llevaron en una pequeña barca río arriba, en la que el viaje costaba 10 córdobas por cabeza. Al llegar a la base de las altas paredes, desembarcamos y empezamos el camino a pie. La ruta no era complicada, pero había que andarse con ojo para no caerse de los peñascos. Un par de chicos que estaban a la entrada del Cañón se ofrecieron a hacernos de guías.

El recorrido total abarca más de cuatro kilómetros, de los que parte se pueden hacer andando, pero otras zonas consisten en unas pozas de gran profundidad escoltadas por paredes verticales que hay que atravesar nadando. Nosotros no íbamos preparados para nadar, así que nuestros guías nos ofrecieron unos neumáticos de camión para atravesar las pozas. Habría sido un problema no disponer de ellos, ya que no me imagino nadando con una mano y aguantando la cámara de fotos con la otra mano fuera del agua.








El agua estaba templada y era bastante apetecible. Uno a uno nos empezamos a montar en nuestros “flotadores” para poder avanzar el primer trayecto. Lo primero que pregunté era si había culebras; no me apetecía pescar una con el dedo gordo del pie, como hizo Carlitos con el trozo de carne. Según nos explicó uno de los guías que nos acompañaban, las pozas tenían una profundidad media de 17 metros, y una anchura de 5. Decía que el nivel del agua aumentaba muchísimo en época de lluvias, unos 10 o 15 metros más. También nos contó que antes de que llegase el huracán Mitch, todo el cañón podía recorrerse de un solo, con una barca, pero su fuerza hizo que se derrumbasen parte de las paredes, dejando tramos aislados e impidiendo el acceso de las barcas.









Uno de nuestros guías decidió hacer una demostración de valentía al saltar desde una de las paredes del cañón hacia una de las pozas. Aquí os dejo una foto para que os hagáis una idea de la magnitud de la altura desde la que saltó (sin matarse, por cierto). Marcel hizo una imitación más modesta desde una altura inferior.

En el último tramo del recorrido tuvimos que abandonara las cámaras de fotos, escondiéndolas en un agujero, ya que era una parte en la que había que nadar porque no era suficiente con subirse en los neumáticos. Espero que las fotos que saqué hasta ese momento os sirvan para haceros una idea de lo espectacular del lugar.

La vuelta se hizo un poco más dura que la ida, supongo que fue por el cansancio acumulado, pero también nos lo pasamos muy bien. La barca nos volvió a llevar al punto de partida y allí le agradecimos su compañía a nuestros guías con una propina voluntaria.

El camino que nos separaba del coche de Kristina tuvimos que hacerlo andando, ya que no aparecieron por ningún lado los dueños del pick up que amablemente nos habían acercado al Cañón.





Si algún día venís hasta Nicaragua, que no se os olvide pasaros por el Cañón de Somoto (ni tampoco os olvidéis del bañador).